Menos
para tapar la nariz y la boca, la gente utiliza la mascarilla para cualquier
cosa: de codera, de barbillera, de sombrero, de salvapantallas, incluso hay
quien la utiliza para limpiarse el sudor y sonarse los mocos. ¡Será por virus!
Los más cachondos son los jóvenes que la llevan en la frente como una bandera,
como hay quien no se quita la bandera de la nariz. Las mascarillas
personalizadas se han convertido en un negocio, y lo mismo te puedes cruzar con
el Joker y Spiderman que con quien luce una enseña republicana. Pues hay quien ha
descubierto ahora la república, después de descubrir los trapos sucios del Rey
emérito. ¿No habíamos lavado todos los trapos sucios en la transición? España
entera se pone la mascarilla para mirar a sus instituciones. Pero hay políticos
que llevan una máscara permanente de carne y hueso, por mucho que la laven. No
saben nada. No vieron nada. No supieron nada. Sólo se saben los pasajes
bíblicos que hablan del cinismo. La mano derecha no conoce lo que hace la
izquierda. ¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano, de mi concejal, de mi
padre? La ignorancia de las leyes no exime de su cumplimiento ni las
mascarillas nos libran de los tufos políticos, pero también están los
insumisos, que ni cumplen las normas ni se tapan la cara porque no les da la
gana. ¿Pedirán un certificado médico que les permita hacer trampa? Hay quien ya
piensa en jubilarse anticipadamente gracias a la Covid-19. Pero serán muy pocos
los que puedan conseguirlo, las mascarillas son buenas incluso para los
asmáticos, y ha quebrado la Seguridad Social. “¡Que te tapes la boca!”, se
grita ahora la gente por la calle. Y hay quien se ahoga de sólo pensarlo,
aunque pueda respirar. Luego están los que celebran la vida con la boca bien
abierta, para que encaje el litro de calimocho. Por eso la Junta de Andalucía
piensa prohibir los botellones y cerrar los locales nocturnos, pues peores que
los veinteañeros son los que tienen la crisis de los cincuenta, que no saben de
horarios ni mascarillas hasta que terminan en el hospital. “¡Que viene la
poli!” Sólo entonces se suben la mascarilla desde la barbilla o el cuello, o la
bajan de la calva, o se limpian el codo y el antebrazo y la mano antes de
llevársela a la boca, o la sacan del bolsillo, la miran y se preguntan: “¿De
quién será este número de teléfono?” Ojalá no sea el de urgencias.
IDEAL (La Cerradura), 26/07/2020
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