En
mitad de la fiebre tecnológica, hemos vuelto a la Edad Media. Contagiados por
los economistas, que hablan de una caída apocalíptica del PIB, políticos como
la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, contratan a
sacerdotes para que vayan a los hospitales públicos a darles la extremaunción a
los enfermos de coronavirus. Porque para contratar más médicos y comprar
respiradores y mascarillas no dan las arcas públicas, pero, por fortuna,
resulta más barato contactar con el Más Allá, donde quizá haya también tráfico
de influencias. Los ricos son los primeros que se comprarán en la Tierra la
vacuna, pero, por si las moscas, van engatusando a San Pedro para que les ponga
a la derecha del Padre, que en la izquierda ya está el ángel caído Pablo
Iglesias, justo al lado de Simón Bolívar, el Che Guevara y otros demonios de la
escolástica del PP. ¡La peste, hijos míos! La Covid-19 no entiende, sin
embargo, de milagros, y aunque Fernando Simón, que también tiene nombre bíblico
(de hecho, sabe multiplicarse, pues resulta que él solo era todo el “comité de
expertos” del Gobierno), niegue la existencia de una segunda ola de la
pandemia, prefiere que no vengan más olas de turistas belgas y británicos, para
que no traigan virus extranjeros. A la entrada de las catedrales de hoy, que
son los centros comerciales, hay botes de hidrogel y no pilas de agua bendita,
aunque con cuarenta y dos grados a la sombra lo mismo podrían ponerlas y
bautizarnos tres veces al día, que hay que estar limpios por fuera y por
dentro. Mientras, Vox planea para septiembre una nueva reconquista en forma de
moción de censura. ¿Lograrán resucitar a los Reyes Católicos? ¿Echarán a los
infieles de España? Todo esto lo pienso leyendo el periódico, bajo una
sombrilla, en la playa de Salobreña. Cerca, a la distancia preceptiva, hay una
pareja. La mujer lee el periódico como yo; el hombre, una novela de John
Connolly que conozco. La mujer, oronda y sudorosa, le dice a su marido, también
orondo y sudoroso en estos momentos, sentado en una silla a su lado: “Pues hoy
ha refrescado un poco, ¿no?” El hombre mira a la mujer como si no la entendiera,
e imagino leer lo que él lee: “Estaba desnuda, sentada en la cama, una mujer
enorme cuya corpulencia no había mermado la muerte”. Levanta la vista y contesta
por fin: “Ha refrescado, sí”. Entonces vino Dios de la mano de Isabel Díaz
Ayuso y nos libró del aburrimiento.
IDEAL (La Cerradura), 2/08/2020
No hay comentarios:
Publicar un comentario