lunes, 3 de agosto de 2020

Milagros


En mitad de la fiebre tecnológica, hemos vuelto a la Edad Media. Contagiados por los economistas, que hablan de una caída apocalíptica del PIB, políticos como la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, contratan a sacerdotes para que vayan a los hospitales públicos a darles la extremaunción a los enfermos de coronavirus. Porque para contratar más médicos y comprar respiradores y mascarillas no dan las arcas públicas, pero, por fortuna, resulta más barato contactar con el Más Allá, donde quizá haya también tráfico de influencias. Los ricos son los primeros que se comprarán en la Tierra la vacuna, pero, por si las moscas, van engatusando a San Pedro para que les ponga a la derecha del Padre, que en la izquierda ya está el ángel caído Pablo Iglesias, justo al lado de Simón Bolívar, el Che Guevara y otros demonios de la escolástica del PP. ¡La peste, hijos míos! La Covid-19 no entiende, sin embargo, de milagros, y aunque Fernando Simón, que también tiene nombre bíblico (de hecho, sabe multiplicarse, pues resulta que él solo era todo el “comité de expertos” del Gobierno), niegue la existencia de una segunda ola de la pandemia, prefiere que no vengan más olas de turistas belgas y británicos, para que no traigan virus extranjeros. A la entrada de las catedrales de hoy, que son los centros comerciales, hay botes de hidrogel y no pilas de agua bendita, aunque con cuarenta y dos grados a la sombra lo mismo podrían ponerlas y bautizarnos tres veces al día, que hay que estar limpios por fuera y por dentro. Mientras, Vox planea para septiembre una nueva reconquista en forma de moción de censura. ¿Lograrán resucitar a los Reyes Católicos? ¿Echarán a los infieles de España? Todo esto lo pienso leyendo el periódico, bajo una sombrilla, en la playa de Salobreña. Cerca, a la distancia preceptiva, hay una pareja. La mujer lee el periódico como yo; el hombre, una novela de John Connolly que conozco. La mujer, oronda y sudorosa, le dice a su marido, también orondo y sudoroso en estos momentos, sentado en una silla a su lado: “Pues hoy ha refrescado un poco, ¿no?” El hombre mira a la mujer como si no la entendiera, e imagino leer lo que él lee: “Estaba desnuda, sentada en la cama, una mujer enorme cuya corpulencia no había mermado la muerte”. Levanta la vista y contesta por fin: “Ha refrescado, sí”. Entonces vino Dios de la mano de Isabel Díaz Ayuso y nos libró del aburrimiento.
IDEAL (La Cerradura), 2/08/2020

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