lunes, 15 de marzo de 2021

Malas cabezas

Como no teníamos bastante con la hecatombe sanitaria y económica del coronavirus, los partidos políticos se han apresurado esta semana a echar más leña al fuego, demostrando no sólo que les importa poco el bienestar de los ciudadanos, sino la existencia de ese país que se llamaba España. Si ya habíamos asistido a las luchas autonómicas en la gestión de la pandemia, ahora vemos que están dispuestos a que ardan Cataluña, Madrid, Castilla y León o Murcia para seguir en el poder. ¿Andalucía será la siguiente? ¿Dos más dos nunca serán cuatro, como ocurre en el Ayuntamiento de la Gran Granada? Si esto fuera un manga, veríamos un mapa fragmentado, con llamas y explosiones por doquier, con presidentes y presidentas y vicepresidentas y vicepresidentes con la cara llena de moratones, los dientes rotos y gruesos lagrimones cayendo por sus mejillas cuando se dirigen a los ciudadanos después de una sesión parlamentaria. Pero no es así. Más bien parecen partirse de risa, mientras los lagrimones les caen de verdad a esos ciudadanos cuando hacen las colas del paro, de los comedores sociales, de la atención médica. Parte de la clase política española, independientemente de las siglas, sólo porta infecciones ideológicas, y la población no está vacunada contra ellas. Aunque la abstención aumente en cada convocatoria electoral, no se dan por aludidos. La irresponsabilidad de algunos está hundiendo la credibilidad de todos, y los que llegaron a la política por vocación asisten impotentes al espectáculo de quienes con el mínimo esfuerzo aspiran al máximo beneficio personal. ¿Quién contrataría a estos destructores del interés público? Los partidos parecen estar capitaneados por navajeros, por lo que habría cierta lógica en que terminaran descabezados por sus propias hojas. La política española se ha convertido en una provocación social, y este Juego de Tronos estatal y autonómico a derecha e izquierda del tablero sólo nos muestra una vez más que quienes dirigen partidos y demasiados gobiernos no sólo carecen de principios políticos, sino también de cualquier ética pública y social. No son dignos de confianza. Porque no se trata de una ficción, sino de la realidad, y de la perversión de la propia democracia. ¿Extremismo? ¿Populismo? A nadie podrá extrañar que parte de la población ya grite, como el rapero Hasel o la Reina de Corazones: “¡Que les corten la cabeza!” Pero nada de violencia. Mientras la población se inmola, los que tienen responsabilidades públicas seguirán discutiendo en los pasillos del Congreso el argumento de series como “El ala oeste de la Casa Blanca”. Netflixpolítica.

IDEAL (La Cerradura), 14/03/2021

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