Nuestros políticos están empeñados en que nos quitemos ya la
mascarilla para recuperar la normalidad, aunque no lo tengan tan claro los
científicos. ¿Qué hubiera pasado si la pandemia se hubiese gestionado con
criterios exclusivamente médicos y no políticos? Con la llegada del verano
quieren que recuperemos la alegría, nos veamos las caras, nos volvamos a
saludar. Adiós a los complejos de agente secreto, a la malafollá tapada, al chascarrillo
silencioso. Nuestros políticos, sin embargo, no se quitarán la máscara, y
seguirán jugando a estar y no estar con el rostro pálido descubierto. La vacuna
nos da la confianza que teníamos antes del desastre, y cada vez se ve a más
gente que parece haberse olvidado de utilizar el gel hidroalcohólico, de
mantener la distancia de seguridad, de taparse la nariz y la boca. Sin embargo,
estas prevenciones no nos librarán de la politicomanía, una obsesión tóxica que
lo mismo ataca al Gobierno de la nación, a una autonomía que a un ayuntamiento.
Y el caso es que quienes la profesan no suelen hablar de amor al cargo, sino de
amor a España, al país o la ciudad, aunque cuando entren en el edificio público
correspondiente sólo vean una efigie de sí mismos; sin mascarilla, claro está. Los
zombis políticos son una injuria a los muertos del coronavirus, que siguen
contabilizándose en nuestro país, aunque prefiramos mirar ya para otra parte.
Es comprensible. De hecho, la pandemia ha causado en España la mayor crisis
demográfica desde la Guerra Civil, otro tema con el que los políticos no se
quitan la máscara, sino que parecen querer revivir de la manera más demagógica.
Nunca han muerto tantas personas en un solo año desde que existen registros del
Instituto Nacional de Estadística (INE), según informaba esta semana el
periodista Emilio Sánchez Hidalgo en El País; y tampoco han nacido menos niños:
hubo 153.167 más fallecidos que alumbramientos. Pero los supervivientes estamos
más sanos y vivos que nunca, pues nos corren por las venas nuevas moléculas
inteligentes que reprogramarán nuestro ADN y nos convertirán en microchips
andantes. Eso dicen al menos algunos antivacunas, que quizá prefieran engrosar
siniestras estadísticas. ¿Un chip andante? Desde hace tiempo tenemos entre
nosotros robots políticos que repiten las mismas frases una y otra vez. La que
más cansa oír es la simplona “partido a partido”, de Diego Simeone, entrenador
del Atlético de Madrid, que este año ha ganado la liga de puro aburrimiento.
Pero en la política no son estos partidos ni estos autómatas los que nos
interesan.
IDEAL (La Cerradura), 20/06/2021
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