Publicidad y demagogias aparte, incluso dejando de lado la
geografía política (el populismo rampante de derecha e izquierda), para
comprobar de manera objetiva la ideología de un gobierno, sólo hay que fijarse
en su política tributaria, y concretamente en los impuestos que gravan el
consumo, considerados regresivos porque se pagan independientemente de la
capacidad económica del contribuyente. Si en el IRPF, por ejemplo, se tienen en
cuenta el nivel de renta y las circunstancias personales del sujeto pasivo, no
ocurre lo mismo en el IVA, que en España tiene uno de los tipos impositivos más
altos de la Unión Europea, y que lo pagan igual los ricos y los pobres, aunque
graven servicios esenciales como el consumo de energía. Si al agua se le aplica
un tipo reducido del 10%, lo mismo debería ocurrir con la luz, aunque en mi
opinión debería aplicársele el tipo súper reducido del 4%, como a los alimentos
básicos, o incluso estar exentos del pago de este impuesto. El consumo de
energía está sobre gravado en España, claramente hay doble e incluso triple
imposición económica, algo que debería ser ilegal, y probablemente sea
inconstitucional. Así que la idea peregrina del Gobierno de modificar las
tarifas de la luz para encarecer exponencialmente las facturas de las familias
no sólo revela poca sensibilidad con las economías domésticas, sino incluso
mala fe, cuando nos encontramos en una de las peores crisis económicas que se
recuerdan. ¿Para quién, exactamente, gobiernan? ¿Para las compañías eléctricas
y las entidades financieras? Pedir a los ciudadanos que desplacen el consumo
eléctrico a la madrugada, no sólo es denigrante, como ha denunciado FACUA, sino
que sólo se le puede ocurrir a un inconsciente. ¿Las nuevas tarifas incluyen
también una nueva regulación del mercado laboral y de los horarios
profesionales para trabajar de madrugada? ¿Vamos a dormir durante el día a
partir de ahora? ¿El coronavirus nos ha transformado en una nueva especie de
vampiros como novelaba Richard Matheson en “Soy leyenda”? Sin duda, lo peor de
este Gobierno es el cinismo con el que se defienden medidas que atentan contra
el mero sentido común, como hemos visto también desgraciadamente en la gestión
de esta pandemia. Quizá puedan permitirse el cinismo con el problema catalán, o
con la entrada-salida esperpéntica de Brahim Gali de España, despreciando al
vecino marroquí, pero no se puede admitir cuando hablamos de la salud o de las
necesidades básicas de los ciudadanos. Este no es un gobierno progresista, sino
regresivo. ¿Un gobierno Frankenstein? No hay energía suficiente para resucitar
a este monstruo.
IDEAL (La Cerradura), 6/06/2021
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