Tal como va el mundo, vale más la autodeterminación individual que
la nacional, lo que abarca desde la sexualidad a la conciencia. La integración
desde la heterogeneidad es necesaria para las sociedades y los países, y el
reconocimiento de los derechos y libertades no es una cuestión de minorías o
mayorías, sino la razón por la que existe la democracia. Así, esta no funciona
realmente en países como Hungría, que pretende negar la existencia de sus
ciudadanos homosexuales, aunque sea un país miembro de la Unión Europea, una
entidad supranacional que más allá de la identidad nacional de sus miembros
debe justificar su existencia por la protección de los derechos y libertades
fundamentales de los europeos, por lo que debería expulsar a aquellos países
que no los respetan. En ese sentido, España vuelve a ser pionera tanto en el
progreso como en el disparate, y si puede valorarse positivamente el esfuerzo por
aprobar una “ley trans”, no tanto que toda una ministra hable de “todes,
amigues o niñes”, porque el derecho empieza en el lenguaje, en el sentido
propio de las palabras. Tampoco puede obviarse la opinión médica y de los tutores
cuando, según el Código Civil, los menores, hasta los dieciocho años, carecen
de capacidad de obrar, la aptitud para ser titular de derechos subjetivos y de
deberes jurídicos. Hay que ser consecuente en el fondo y en la forma, y en
Derecho, forma y fondo equivalen a una normativa clara y concisa, acorde con el
resto del ordenamiento jurídico. La autodeterminación puede ser un derecho
vacío si no se ejerce en el marco constitucional, y esto vale para una persona y
para una comunidad autónoma. Lo demás es ruptura, trauma y caos. Que el Derecho
empiece en el sentido propio de las palabras es un principio de interpretación no
sólo aplicable a las normas, sino también a la política, donde se abusa de los
eufemismos y la desinformación. Qué bueno sería que nuestros responsables
públicos fueran también claros y concisos, didácticos, y que le dijeran a la
población lo que realmente creen. Incluso podrían hacerlo en el Congreso de los
Diputados, para convertir la cámara en un organismo útil para los ciudadanos. “Demasiado
ruido, demasiada agitación”, cantaba “La casa azul”. “Entre sueño y sueño escucharé
sin descansar todos mis discos al revés hasta olvidar mi identidad”. Y es que, fuera
de la ley, la identidad puede ser tan sólo una de las posesiones más valiosas
de la imaginación. Pero hay quien prefiere vivir en un mundo imaginario
construido con fragmentos de realidad.
IDEAL (La Cerradura), 4/07/2021
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