Mientras
las comunidades autónomas vuelven a imponer restricciones por el aumento de
contagios por covid, los inmigrantes asaltan de nuevo la valla de Melilla en
busca de una libertad más imaginada que real. Enarbolan palos y piedras para
enfrentarse a la policía, y los que logren pasar se arrastrarán hasta el CETI,
donde permanecerán al menos dos semanas en cuarentena. Un encierro soñado que
contrasta con el temor de los ciudadanos españoles al confinamiento, a que sea
tan solo un espejismo la recobrada libertad. De hecho, si uno pasea por la
calle, se dará cuenta de que la mayoría de la gente sigue llevando la
mascarilla, aunque ya no sea obligatorio al aire libre. Los que caminan con la
cara descubierta parecen revolucionarios, habitantes de un planeta extraño,
donde no existe el miedo. ¿No está más del cincuenta por ciento de la población
vacunada? Este verano sólo viajarán los intrépidos, mientras muchos, si es que
pueden, se tomarán vacaciones sin salir de casa. Porque tememos que las
restricciones nos pillen fuera de nuestro refugio. Los europeos asisten con
incredulidad a las medidas contradictorias que sus países adoptan contra la
pandemia. Italia exige el certificado de vacunación o una PCR para entrar en
los locales de hostelería, mientras que Boris Johnson ha proclamado la
normalidad, pese a las críticas de la comunidad científica. Los ciudadanos se
mueven entre las fronteras como si se encontrasen en una ratonera, porque los
gobiernos quieren fomentar el turismo para recuperar la economía y al mismo
tiempo frenar los efectos de las nuevas variantes del coronavirus. Viajen y
disfruten, nos dicen, la vida es bella, pero también que será necesaria una
tercera dosis de la vacuna para seguir generando anticuerpos. Utilizamos ya el
lenguaje de la ciencia ficción, y mientras Jeff Bezos malgasta recursos para
darse un garbeo por el espacio, los inmigrantes asaltan con garfios las
murallas españolas, como en la Edad Media. Por eso el Gobierno estudia si
incluir a Ceuta y Melilla en la Unión Aduanera, para que sea Frontex, la
policía europea, la que se haga cargo del problema. ¿No sería mejor integrar a
Marruecos en la UE, como el reino alauita pidió en 1987? Llevar las fronteras
hasta los confines del Sáhara alejaría aún más el problema. Las riberas del
Mediterráneo comparten una tradición común que hermana los continentes. Pero en
democracia lo importante es poder ejercer los derechos. ¿Viajo o no viajo?
Quizá lleguemos a aprender como tantos subsaharianos que esta no es una
cuestión de libertad, sino de supervivencia.
IDEAL (La Cerradura), 25/07/2021
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