martes, 20 de julio de 2021

Intimidad

La sentencia del Tribunal Constitucional sobre el estado de alarma es sólo un toque de atención sobre la realidad social. La intimidad ya no existe, y tanto han cambiado las cosas en tan pocos años que hay quien se escandaliza porque el tribunal garantice la protección de los derechos y libertades fundamentales, esos que regalamos alegremente a golpe de clic y que tanto echan de menos en dictaduras como las de Cuba y Venezuela (ignorantes o peor, cínicos, quienes niegan que lo sean). Aun con una votación tan reñida, me alegro de que al menos el Tribunal Constitucional se aferre al sentido de las normas, porque cuando no exista la independencia judicial tampoco existirá la democracia. Ni sin leyes, aunque podamos cambiarlas. Pero, en Matrix, todo se confunde, y hoy no sabemos hasta dónde llega la acción política y la comercial, la gestión empresarial o la administrativa. Nuestros datos circulan entre compañías telefónicas y energéticas, entre la AEAT y el resto de administraciones, pero también entre empresas y hackers sin escrúpulos que cualquier día te saludan desde la pantalla de tu ordenador o te suplantan en las entidades financieras. Las redes sociales y las plataformas digitales saben más de nosotros mismos que el espejo del baño, y hay quien ya ha renunciado a tomar decisiones sobre gustos o aficiones, cuando la programación te la hacen Netflix o Amazon, que ya anticipan lo que tienes que ver o comprar para seguir siendo de este mundo. Los datos personales se compran y se venden, aunque sean poco más que un número, un apunte contable o administrativo en las cuentas de Hacienda o de la compañía X, que podrá acosarte con llamadas telefónicas programadas, correos electrónicos, mensajes realizados por un software que no entiende de negativas o estados de ánimo, mucho menos de la hora de la siesta. ¿Quién se atreve hoy a apagar el móvil o el ordenador? Como algunos ministros sin cartera, vivimos en un estrés permanente, esperando esas noticias que nunca se producirán. Pero sí, hay otra vida posible, que no pasa por elegir entre la píldora roja o la azul. Mientras espero en el aeropuerto la salida de un avión que me llevará a cualquier parte, veo a una señora de unos sesenta años que viste un top como una de quince. Luce con elegancia arrugas y michelines, y la parte de su cuerpo que lleva más tapada es la cara, por el uso obligatorio de la mascarilla. La miro y pienso que viva el Tribunal Constitucional.

IDEAL (La Cerradura), 18/07/2021

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