Si todos los recursos que invertimos en perseguir quimeras o crear
realidades paralelas los invirtiéramos en la realidad que vivimos, en la de
andar por casa en pantuflas, quizá desaparecerían muchos de nuestros problemas.
Mark Zuckerberg ha prometido crear un nuevo paraíso virtual en la tierra, pero
si analizamos la experiencia de Facebook quizá se trate de un mundo
descerebrado y bronco, donde no es que una imagen valga más que mil palabras,
sino que palabras e imágenes se vacían de contenido y las personas se
convierten en carcasas. Personas que seguirán necesitando servicios públicos,
ir al médico, vacunarse, escuelas para educar a sus hijos, actividades para las
que es esencial el contacto humano, la presencialidad, el cuerpo, con sus
dolores y placeres. Eso, que resulta tan evidente si uno se detiene un momento
a pensarlo, no lo es cuando la prisa, la sobreinformación y tantos incentivos
virtuales eliminan de tu vida el sosiego y la reflexión. Pero las empresas ya
quieren participar en el metaverso de Zuckerberg. Porque esperan que pronto
todos destinaremos nuestros recursos a vestir y alimentar a nuestros avatares,
que necesitarán casas y coches en ese universo paralelo donde les estará
permitido todo lo que les está vedado en éste. ¿Saldrán así de la pobreza,
vivirán más tiempo, se librarán de la vejez y las enfermedades? Como diría
Greta Thunberg, “bla, bla, bla, bla”. La COP26 que se celebra estos días en Glasgow
es otra prueba de las contradicciones entre superficie y realidad. ¿Alguien
duda a estas alturas de las consecuencias del cambio climático? Los líderes
mundiales sólo han cambiado los tonos de sus discursos, copiando el de la activista
sueca, pero son incapaces de ponerse de acuerdo en lo más básico. “Bla, bla,
bla, bla”. Pero ¿qué pasaría si por una vez políticos y empresarios
coincidieran con los científicos y decidieran invertir en las necesidades
esenciales? Asegurar los bienes vitales de la población mundial es un objetivo
al alcance de las organizaciones internacionales y de los países que realmente
respetan y creen en el futuro de sus ciudadanos. Según David Beasly, director
del Programa Mundial de Alimentos de Naciones Unidas, bastaría con un 0,36% del
patrimonio de multimillonarios como Elon Musk, Jeff Bezos o el propio Mark Zuckerberg
para acabar con la hambruna. Ahí tienen un objetivo realista y al alcance de sus
manos. Porque, para metaversos, los de Jorge Manrique: “Recuerde el alma
dormida,/ avive el seso y despierte/ contemplando/ cómo se pasa la vida,/ cómo
se viene la muerte/ tan callando”.
IDEAL (La Cerradura), 7/11/2021
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