Según Josep Borrell, los ciudadanos europeos no saben que están en
peligro, aunque hayan recibido 750.000 millones de la UE para paliar los
estragos de la covid-19. Bielorrusia amenaza a Polonia y a sus socios con
cortar el suministro de gas, además de contar con la amistad del presidente
ruso, Vladimir Putin, que a estas alturas parece sacado de una novela de John
le Carré, “El espía que surgió del frío”. Porque claro, uno se acostumbra a
cargarse a los enemigos, y después de la Perestroika da igual que se trate de un
opositor político o de un país opositor. Aquí lo vemos a pequeña escala, en
partidos como el PP, donde el alcalde de Madrid y la presidenta de la misma
comunidad son enemigos íntimos. “Va”, pues le cortamos la cabeza para que no
sea presidente/a. “Te lo juro por Aznar el resucitado y por Snoopy el
olvidado”. No ganamos para disgustos, y después de afrontar la guerra vírica lo
mismo tenemos que enfrentarnos a una guerra convencional, eso que pensábamos
que era cosa de los abuelos fanáticos. Menos mal que ahí tenemos a Europa que,
entre tanta incertidumbre, nos riega con maná. Al fondo “Next Generation UE” se
han acogido todos los países europeos con los brazos abiertos. No es para
menos, si hasta hemos congelado la estabilidad presupuestaria. Ni déficit ni
reglas de gasto. Aquí estamos para pagar lo que haga falta. ¿Alguien se acuerda
ya del debate que generó la reforma del artículo 135 de la Constitución Española? Entonces se dijo que la constitucionalización de la obligación de las
Administraciones públicas de tener que dar prioridad absoluta en sus
presupuestos al pago de los intereses y del capital de la deuda pública sobre
otras inversiones sacrificaba derechos constitucionales como la protección
social. Que se trataba de dotar de dinero al capital financiero y que implicaba
que cualquier proyecto progresista alternativo al neoliberalismo quedaba fuera
de la Constitución, etc. A veces la cruda realidad desmonta cualquier
previsión, y eso ha ocurrido con el control del déficit y la deuda pública, que
eran un modo de garantizar la sostenibilidad económica y social de los países
europeos. ¿Nos habíamos equivocado antes o nos equivocamos ahora? ¿O sólo nos
adaptamos a las circunstancias? De estas cosas debería hablarse más en el
parlamento y trasladarlas al debate público, más allá de la reforma laboral, la
aprobación de la ley de presupuestos o el cálculo de las pensiones. ¿Una guerra
con Putin? Anda ya. Antes viene Santiago a cerrar España.
IDEAL (La Cerradura), 14/11/2021
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