La política española parece una historia de fantasmas: se habla
tanto del pasado y del futuro que se nos escapa el presente. En Granada, por
ejemplo, donde las principales instituciones sólo logran consensuar buenas
intenciones para la ciudad, sin materializar ningún proyecto. No se propone
nada concreto porque la política puede ser también pose, fachada, nadería.
Cuarenta y tres años de democracia no dan ni para un juego de tronos, sino sólo
una guerra chabacana, como se empeña en ilustrarnos el PP para alegría de la
extrema derecha, que está donde siempre ha estado. Da pena pensar en la
transición, y en toda la gente que se jugó la vida durante el franquismo para
que llegase la democracia. Si uno atiende a la guerra entre Pablo Casado e
Isabel Díaz Ayuso, no sabe qué visión es más lamentable, si la del presidente
del partido que espía a la presidenta de la Comunidad, o la de la presidenta
que defiende la legalidad de un contrato de emergencia concedido por el
gobierno madrileño a la empresa de un amigo para la que el hermano de Díaz
Ayuso trabajó como comisionista. Por lo visto, el hermanísimo cobró 286.000
euros por facilitar la compra de mascarillas para una población que estaba en
su casa encerrada y aterrorizada. Una idea muy lucrativa de la política, que se
beneficia de la estrategia del miedo. Ésa es la razón por la que está creciendo
Vox. Mientras, en el mundo real, la gente sigue jugándose la vida para ganarse
el pan, como la tripulación del Villa de Pitanxo, donde había una mezcla de
razas y orígenes que representa bien lo que hoy es España, aunque una parte de
este país se empeñe en negarlo. Tres supervivientes, nueve cuerpos recuperados
y doce desaparecidos de las 24 personas que trabajaban en el pesquero. Parte de
esos cadáveres nunca se hallarán, lo que sí es una crueldad para las familias,
que no podrán enterrar a los suyos. Y en este contexto, qué patético resulta
escuchar a Díaz Ayuso hablar de crueldad. Aquí estamos muy entretenidos con las
guerras políticas, mientras en el mundo hay un miedo creciente por el inicio de
la tercera guerra mundial. Es como la fábula de los galgos y los podencos, de
Tomás de Iriarte, que parafraseó el rey emérito en una de sus últimas cartas: “No
son estos tiempos buenos para escudriñar en las esencias ni para debatir si son
galgos o podencos”. Y en esas estaban los conejos cuando llegaron los perros.
IDEAL (La Cerradura), 20/02/2022
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