Pues efectivamente llegaron los perros del este y se comieron a los
conejos que discutían sobre si eran galgos o podencos. Ni lo uno ni lo otro. Un
perro rabioso de nombre Putin (con perdón para los perros), que vive entre la
Edad Media y el sueño de la Unión Soviética, pero que en su locura nos arrastra
a todos. Lo siento sobre todo por los jóvenes, que están viviendo en muy pocos
años la angustia que no habíamos vivido en cuarenta. Todo se ha vuelto efímero,
cualquier escándalo de la política local o nacional ha dejado de tener
importancia. Si buscas la verdad, prepárate para lo inesperado, escribía el
filósofo; es difícil de encontrar y sorprendente cuando la encuentras. Saltaba
a la vista que Rusia se disponía a invadir Ucrania, pero nadie quería
convencerse de ello, queríamos seguir aferrándonos a la seguridad, que se ha
esfumado con el primer bombardeo. La vida se convierte en muerte, y se apropia
de toda nuestra existencia. Parece una película, si no fuera tan real. La
guerra la emiten en directo, y buscamos desesperadamente nuevas noticias,
comprobamos la evolución del frente, deseamos que no llegue a la puerta de
nuestras casas. Oigo a unos jóvenes: “Prefiero no hablar del tema, lo que tenga
que pasar pasará. No voy a preocuparme antes de tiempo”. Oigo también a unas
mujeres no tan jóvenes: “Lo que nos faltaba. Ya teníamos la covid-19 como una
mala experiencia para esta generación. Y ahora una guerra”. Y no es que no
hayamos vivido otras guerras, es que esta trae inquietantes paralelismos con
las guerras mundiales, todos los miedos que creíamos que había superado Europa.
Esta época ya no es la mejor. Y todo por un tipo (y quienes le apoyan)
preocupado porque su país recupere el espacio geopolítico, sin darse cuenta de
que quien ocupa el espacio es él, un bloque impenetrable con forma de hombre
contra el que se estrellan el sentido común, los derechos humanos, el mundo democrático.
Los propios generales rusos balbucean ante él, cuando lo que deberían hacer es
quitarlo de en medio, para que su propio país sobreviva a la catástrofe. Esta
semana hemos oído las declaraciones más solemnes de los presidentes europeos
pidiendo a los ciudadanos que se preparen para lo peor. Incluso el discurso del
presidente Sánchez ha sonado más solemne que nunca, mientras el número dos de
la embajada de Ucrania en España, Dmytro Matiuschenko, pedía cascos y chalecos
antibalas a nuestro país para proteger a la población. Lamentablemente, ya
estamos en guerra.
IDEAL (La Cerradura), 27/02/2022
Dios tenga misericordia de Ucrania... y de nosotros
ResponderEliminar