Si el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, quería pasar a la
historia, lo ha conseguido logrando una rara unanimidad. En las comidas
navideñas se compara a España con Venezuela y se habla de él como si fuera un
bufón de Oriol Junqueras. Se han puesto de acuerdo los compañeros de trabajo
más recalcitrantes, jefes y empleados, empresarios y sindicatos, los cuñados
con las suegras, que no son de derechas ni de izquierdas. No se puede jugar con
las instituciones, legislar al antojo, manipular a los ciudadanos. El Gobierno
ha perdido su credibilidad, y resulta lamentable el vodevil en que se ha
convertido el Congreso de los Diputados, donde la soberanía popular se confunde
con la disciplina de partido. En una huida hacia delante, se está pervirtiendo
el sentido de la democracia, dando alas al extremismo, deseoso de cortar
cabezas. ¿No hay nadie con sentido común que aconseje al César? Se ve que
cuando César dice haz esto, esto se hace. “¿A qué peligros quieres arrastrarme,
Casio, haciéndome buscar en mí lo que no hay?”, exclama Bruto. ¿Temerá a los
idus de marzo? Al parecer, el presidente sólo tiene un espejo donde mirarse, y debe
de haberse puesto de acuerdo con Luis Enrique para cabrear a todo un país a
fuerza de marear la pelota. Pero el gol se lo están metiendo a la propia
democracia, que no tiene ningún color, aunque se empeñen en decirnos lo
contrario. Si se pierde el respeto por las instituciones, nada queda. Verdad o
mentira, la imagen que se está dando a los ciudadanos es la de un Estado plegado
a los deseos no de los independentistas, no de una comunidad autónoma, sino de
una banda de mafiosos que dictan leyes para su propio beneficio. ¿Se recuperará
el PSOE de tanto disparate? Se está volviendo un partido antipático, y más de
derechas que la propia derecha, pues nadie parece oponerse al ordeno y mando de
Pedro Sánchez, que se ve capaz de pactar con Mefistófeles. Siempre que tenga
deseos y aspiraciones, el hombre puede equivocarse, diría Fausto, pero no
arrastrar consigo a todo un partido, a todo un país. La gente ha empezado a
hacer cuentas no del año que se va, sino del año que presumiblemente todavía le
queda a este Gobierno. “¿Qué apostáis?”, se retan los demagogos mientras tiran
los dados sobre el tablero demoscópico. Mientras, en el parlamento se canta a
Extremoduro: “Si alguien me denuncia, di que yo no he sido”. Por higiene
política y democrática, deben convocarse ya unas elecciones.
IDEAL (La Cerradura), 18/12/2022
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