Vivimos en un país raro. Mientras los partidos independentistas
trabajan para que Cataluña se separe de España, el Fútbol Club Barcelona, que
ha apoyado este proceso digno de Kafka, ha pagado al parecer durante años al
que fuera Vicepresidente del Comité Técnico de Árbitros, Enríquez Negreira,
para que le favoreciera en los resultados de la Liga Española. “Esto explica la
racha de 746 días sin que le pitaran un penalti en contra”, dicen los cronistas
deportivos, que echan en falta un artículo 155 para poner orden en el ámbito
futbolístico. “Algo normal”, sin embargo, para el expresidente del club
azulgrana, Joan Gaspart, y para el actual presidente, Joan Laporta, que dice
que todo se debe a que las cosas le van bien al equipo, primer clasificado del campeonato
de fútbol, aunque al aficionado no se lo parezca. Como cualquier dirigente
político, Laporta echa balones fuera. Pero ¿qué sería del Barca sin la Liga y
sin el Real Madrid como gran rival? ¿Y qué sería de Cataluña sin un país del
que independizarse? Para empezar, no podría financiar sus competencias, que
crecen con cada nuevo acuerdo de legislatura. Los chantajes se producen en los
estadios y en la arena política, y los equipos, contagiados por la dinámica
informativa, están en una permanente campaña electoral, con entrenadores que
ofrecen continuas ruedas de prensa para hablar del estado anímico de los
jugadores, quejarse del arbitraje o despotricar de la política española, como
suele hacer Pep Guardiola. Lo del clima del equipo se parece al clima
electoral, y el asunto va siempre de quién puede influir en los resultados, ya
sean del partido de fútbol o de los proyectos legislativos que ha presentado el
partido político en el Parlamento. Esta semana se han aprobado en el Congreso
la ley del aborto y la ley trans, e Irene Montero lo ha celebrado como si
hubiera ganado la Champions Ligue, tal vez porque le ha metido un gol al PP y a
Vox y otro a su socio de Gobierno, cuyo presidente, Pedro Sánchez, no sabe qué
hacer para quitársela de en medio. Ya se quitó a Carmen Calvo, capaz de
mantener la dignidad y romper la disciplina de partido, de lo cual podrían
tomar ejemplo todos los diputados, que se supone que están en el Congreso para
ejercer su libertad ideológica y representar a los ciudadanos. Convertida la
política en un juego de contrarios, la realidad se vuelve simple y maniquea,
dividida en rojos y azules, en buenos y malos. Terminará gobernando un árbitro.
IDEAL (La Cerradura), 19/02/2023
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