lunes, 27 de febrero de 2023

Censura

Resulta penoso comprobar cómo en la sociedad de la información abundan las formas de censura y, lo que es peor, de autocensura. La corrección de las obras de Roald Dahl para no ofender presuntamente a gordos, negros, calvos y otros adjetivos que antes sólo eran adjetivos, resultaría ridícula en otra época, pero no en ésta, donde lo único que impera es lo políticamente correcto, aunque nadie sepa en qué consiste a ciencia cierta. Puede ser lo que se le ocurra a la ministra de Igualdad o a los asesores del presidente del Gobierno, a algún “influencer” o cualquier mago de las redes sociales, ese reino de la apariencia. ¿Qué diría Roald Dahl sobre esas correcciones? ¿Qué diría Óscar Wilde? “Es al espectador, y no a la vida, a quien refleja realmente el arte”, escribía en el prólogo de “El retrato de Dorian Gray”. Pero en una sociedad que valora tanto la imagen pública, la libertad, paradójicamente, parece haber desaparecido. ¿Quién se muestra como es en vez de como los demás quieren que sea? Si en un minuto y al mismo tiempo se concentraran políticos y ciudadanos para pensar y hacer lo que realmente quieren y no lo que creen que quieren los demás, este país progresaría mucho. En realidad, el lenguaje es de nuestras madres y nuestros padres, y somos que lo que ellos nos contaron y fabularon. Por eso el mejor español no se habla en España, sino en América Latina, no sólo por el número de hablantes, sino porque allí (que es también aquí) no se han perdido aún la imaginación y la ilusión, que son el pan de cada día. Roald Dahl tenía una cara enigmática, de tipo inteligente, que tal vez hubiera levantado las cejas con escepticismo al ver cómo algunos de sus editores traicionaban su obra. Quizá porque editores, lo que se dice editores, hay pocos, si entendemos la edición como un trabajo de difusión de la cultura y la inteligencia. Ahora abundan los empresarios del entretenimiento, que confunden las ideas con las cifras, lo que nos vale para certificar los derechos de autor o los programas electorales. Lo terrible es cuando esas pajas mentales se convierten en violadores que salen de la cárcel o en libros que convierten nuestra mente en una cárcel. ¡Ay, el lenguaje! Qué sería de nosotros si no pudiésemos hablar. Pues a eso vamos. Si no se puede hablar, tampoco se puede pensar. Tenemos una especie de Putin en nuestras cabezas. Dando mítines para sí mismo con un auditorio comprado. Lo que llamábamos democracia.

IDEAL (La Cerradura), 26/02/2023

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