El concepto de realidad de nuestros políticos es tan voluble que,
de hacerles caso, andaríamos dando saltos, como Indiana Jones en la película
“En busca del arca perdida”, esquivando flechas a medida que se nos van
hundiendo los pies, perseguidos por una piedra gigante construida con globos
sonda informativos. Si todos los recursos económicos gastados en organizar una
cumbre como la de Davos se destinaran a reducir la tasa de pobreza infantil,
por ejemplo (en España es del 27,8%, según Unicef), esta desaparecería. Pero
cuando uno escucha a los líderes mundiales no tiene la sensación de que quieran
solucionar nada, sino justificarse a sí mismos, ese papel que va cambiando
según quién sea el interlocutor. La cara parece un holograma con otro peinado o
abrigo, aunque lo que se ha transformado es la personalidad y el discurso, más
cínico, lisonjero o empalagoso según los casos, el de un idealista o el de un
dictador, el de un progresista o el de un retrógrado, incluso el de un adalid
de la socialdemocracia europea, que se disuelve sin embargo si las
instituciones o las normas contradicen sus intereses. Deben sentir confusión
los letrados del Congreso y los jueces y magistrados cuando escuchan a algunos
de nuestros políticos decir que sus dictámenes y sentencias son meras opiniones.
Pero la diferencia entre la política y el derecho, entre la opinión y la
información, entre la demagogia y la ciencia, es que los expertos aprenden
precisamente a distinguirlos, y por eso se acude a ellos, para emitir informes técnicos
o sentencias. Sin embargo, desde la política se hace lo posible por contaminar
estos ámbitos y desprestigiarlos, empezando por el Tribunal Constitucional o el
Consejo del Poder Judicial y los procedimientos legislativos en el Parlamento,
lo que revela el poco respeto que tienen los partidos por las instituciones y
la Constitución española, que unos y otros dicen defender, aunque luego
prefieran gobernar a golpe de decretos-leyes. Se trata de hacer lo que uno
quiere en cualquier circunstancia, por encima de todo y de todos. Y luego los
escuchas afirmando que estamos poniendo en peligro la democracia. Se nos saltan
las lágrimas de risa y las carcajadas se oyen hasta en Suiza, desde donde nos
avisan del fin del mundo quienes no hacen más que teclear el botón de la
estupidez masiva. Nuestros líderes suelen confundir la verdad y la realidad, la
mentira y la irrealidad, no necesariamente en ese orden y con las mismas
proporciones. Por eso existen las leyes. No se las salten.
IDEAL (La Cerradura), 21/01/2024
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