viernes, 7 de noviembre de 2014

El paisaje de los mapas



Vivimos rodeados de fronteras invisibles. No son las fronteras de nuestro país, no se ven en nuestras ciudades, en nuestros barrios o en nuestras casas, sino que se encuentran en el interior de nosotros mismos. Lo sabe bien José Carlos Rosales, que ha publicado un libro, Y el aire de los mapas (Fundación José Manuel Lara, 2014), tan contemporáneo como atemporal, pues se leerá como un clásico. Él sabe que las guías y los mapas son equívocos, y que “El  aire de los mapas depende del que mira y los que miran mapas ven más de lo que miran, a veces son capaces de saber el futuro, futuro imaginario, parecen quiromantes, imaginan países, movimientos de tropas o de nubes, el lugar donde estuvo la gloria falseada, una vida mejor, la vida que te imponen, nada que no dé miedo”. (El aire de los mapas.)
José Carlos Rosales viaja y vive en sus poemas, y ha construido con palabras todo un universo simbólico en el que hay paisajes exteriores e interiores y un viajero que tiene la voz de un filósofo. Un filósofo quizá algo melancólico, pero es que la melancolía nos acerca más a la realidad, como quería Aristóteles. Como escribe Erika Martínez en la introducción a Un paisaje (Antología poética 1984-2013, Renacimiento, 2013), “sus versos siembran el extrañamiento, esconden imágenes como minas y mantienen un suspense emocional irrespirable”.
Algo que puede sospecharse cuando se conversa con José Carlos Rosales, que siempre presta atención a las palabras del otro y le hace sentir a gusto con su inteligencia y su sentido del humor admirables, aunque uno pueda adivinar también en su mirada franca un poso de tristeza e incomodidad, de no estar seguro de “Viajar a un sitio sin salir de otro,/ llegar a un mundo donde no se vea/ cerrada la costumbre, fijo el aire,/ arruinada la suerte o la alegría./” (Hipótesis.) José Carlos Rosales ha escrito en realidad un libro de viajes, porque la propia vida lo es, aunque sólo algunos visionarios puedan explicarnos las claves. Y él lo hace con un puñado de poemas que son como hitos con que marcar sus etapas, aunque no se correspondan con coordenadas geográficas. “Siempre estarás inscrito en la aduana,/ de sitio en sitio sin cambiar de sitio,/ la frontera te sigue, no se cansa/”. (La frontera invisible.)
Es la misma incomodidad que sentía Charles Baudelaire en Bruselas entre los años 1864 y 1866, pero cuyas impresiones, recogidas en Pobre Bélgica (Valparaíso Ediciones, 2014), pueden leerse hoy día como un incisivo libro de costumbres que acaso expliquen la sociedad europea actual. Así, en un apunte sobre la enseñanza y el espíritu belga, leemos: “No hay latín. No hay griego. Las carreras profesionales. Hacer banqueros. Odio hacia la poesía. Un latinista sería un mal hombre de negocios”.
Baudelaire quería escribir una obra satírica sobre la Bélgica de la segunda mitad del siglo XIX y hacia dónde se encaminaba la sociedad francesa, pero, sin saberlo, estaba escribiendo un libro de anticipación, un retrato lúcido, mordaz (y algo malhumorado) de la Unión Europea del siglo XXI. Construido como un diario donde conviven el retrato costumbrista, la poesía y el aforismo, Baudelaire muestra todo su genio: “Bélgica se cree un país con duende./ Está durmiendo. Viajero, no la despiertes/”. ¿Podríamos cambiar Bélgica por España? Como ocurre con todos los grandes libros, la lectura de Pobre Bélgica es también atemporal y contemporánea. Un valioso documento publicado por primera vez en nuestro país por Valparaíso Ediciones.
Viajen y lean con estos libros; o mejor, lean y viajen.
El Mundo Andalucía (Viajero del tiempo), 7/11/2014

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