Pues
hay algo que tiene en común Mariano Rajoy con buena parte de los españoles: la
precariedad en su puesto de trabajo. El presidente del Gobierno español trabaja
en una situación de interinidad, algo inaudito para alguien de su rango, pero
que lo iguala con las condiciones laborales que él mismo ha promovido en el
mercado. En una semana en la que se han publicado las nuevas cifras del paro,
la desintegración del PSOE facilita la continuidad en el puesto de la estatua
que tenemos habitando la Moncloa. Mariano Rajoy espera a que sean las
circunstancias –políticas, económicas, sociales- las que tomen las decisiones
por él, y en esto se parece también a los trabajadores interinos que, atados de
pies y manos, esperan que la diosa Fortuna no se fije demasiado en ellos,
vayamos a que, de un día para otro, se queden sin salario. En los bancos, en
los comercios, en las Administraciones públicas, cada vez hay menos
trabajadores indefinidos, por lo que la actividad del país se va ralentizando y
adaptándose a los biorritmos del presidente, que sólo se da prisa en sus paseos
matinales. El propio país parece atascarse, y por eso las conversaciones van
repitiéndose, y las opiniones de los tertulianos y los artículos de opinión, y
aunque uno viva en la más absoluta incertidumbre, se levanta cada mañana. El
fin del verano ha dejado a 1.228 granadinos sin trabajo, y la llegada del mes
de octubre quizá nos deje sin gobierno en el Ayuntamiento, pues el Concejal de
Economía y Hacienda, Baldomero Oliver, se las ve y se las desea para elaborar
unas ordenanzas fiscales ya hipotecadas por el PP sin subir los tributos
municipales. “Si Ciudadanos no está de acuerdo, puede poner hasta una moción de
censura”, exclama. Y es que se ve que es también una cosa muy española eso de
gobernar en precario si no tienes mayoría absoluta, algo demasiado arraigado en
nuestra memoria histórica. Y quizá por eso los asesores de Mariano Rajoy prefieren
que siga deshojando la margarita de unas terceras elecciones. Va a resultar que
nos gusta vivir así, con una mano por detrás y otra por delante. Con la
delantera, nuestros políticos se la estrechan; y, con la trasera, se hacen la
peseta. Da igual si el otro es del propio partido. Porque después de todo, lo
importante es aparentar. Y ahí tenemos la pose de los treinta y siete acusados
de la trama Gürtel. Ni que fueran los invitados a la boda de la hija de José
María Aznar.
IDEAL (La
Cerradura), 9/10/2016
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