Si
hoy es domingo, debemos de tener presidente del Gobierno. Así que Mariano Rajoy
estará contento, pues deja por fin su situación de interinidad para tener un
trabajo más o menos estable los próximos cuatros años. ¡Un trabajador en
precario menos! ¡Bien por Mariano y el INEM! Si no convoca nuevas elecciones en
primavera, claro, como amenazó veladamente en la sesión de investidura
pasándole la pelota al PSOE, un partido que, después de desintegrarse, tendrá
que demostrar que tiene una ideología más allá de la defensa de las empresas
del IBEX, aunque lo único que va a recordarse en los próximos meses es que fue
el partido que facilitó el Gobierno de Mariano Manos Tijeras. Y Podemos ha
demostrado que tampoco está en la oposición. No se sabe dónde está, porque al
mismo tiempo que ocupa escaños en el Parlamento apoya una manifestación que lo
rodea y trata de impedir el ejercicio pacífico de la democracia, insultando a
los diputados y destrozando el mobiliario público, eso que algunos confunden
con el ejercicio de los derechos constitucionales. La confusión, en este
aspecto, de parte de la población, es preocupante. Porque las leyes se cambian
en el Congreso, donde nuestros representantes ejercen sin limitaciones la
libertad de expresión, aunque algunos hagan un ejercicio nulo de este derecho,
o demuestren una capacidad de oratoria digna de un alumno de la LOMCE. Y con un
gobierno en minoría la oposición tiene una oportunidad magnífica para cambiar
realmente las cosas en los próximos cuatro años. Pero en el Parlamento. La
gente no entiende la bipolaridad de los partidos que, como en el caso de
Podemos –una bipolaridad personificada por Pablo Iglesias e Íñigo Errejón-, no
sabes si quieren transformar el sistema o destruirlo. Y hay muchas formas de
manifestarse, como han demostrado alumnos, profesores y padres esta semana en
todas las calles de España; o como demostraron miles de granadinos las semanas
pasadas denunciando el aislamiento de la provincia o la deficiente gestión de
la fusión hospitalaria. Educación, sanidad y transporte son servicios públicos
esenciales, y su correcto funcionamiento es lo que preocupa a los ciudadanos, porque
son los que justifican la existencia de las Administraciones y del propio
sistema democrático. Nuestros representantes políticos harían bien en no
olvidarlo. A la vista está que el país se desmorona cuando el poder fáctico
sólo piensa en la conservación propia. Quizá, la principal virtud de un
gobierno consista en encontrar un equilibrio entre tantos egos y rivalidades,
pero necesitamos un Parlamento que sólo piense en los ciudadanos.
IDEAL (La
Cerradura, 30/10/2016)
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