Si
ustedes tienen ordenador, habrán sufrido la tiranía de la inteligencia
artificial, esas actualizaciones que reinician el sistema operativo cuando les
da la gana y encima te echan una charla del tipo: “No apagues el equipo
mientras se realiza la actualización. Estamos realizando mejoras para
protegerte de las amenazas de un mundo en línea”. Como si fuera la voz de tu propia
conciencia, aunque sepas que se trata de una máquina. Pero le haces caso,
obediente, y no te atreves a mover un músculo mientras esperas a que se renueve
el software y rezas para que no te borre tus datos personales. Porque en cierto
modo esa máquina es realmente nuestra conciencia, pues con ella escribimos, chateamos,
intercambiamos información, nos asomamos al mundo. Se ha convertido en nuestros
ojos, y sin esa pantalla ya no sabríamos vivir. Es una esclavitud a la que nos
hemos entregado gustosos, casi fanáticamente, y por eso vamos cargados con
pantallas portátiles que consultamos continuamente en el trabajo, en clase, en
casa, en el restaurante, cuando andamos por la calle, y hay quien no se separa
de ella ni en el cuarto de baño, pues tiene más intimidad con ese cacharrito
que con su propio cuerpo. Quizá porque el móvil, la tableta o el ordenador son
ya también nuestro exoesqueleto. Por eso la inauguración de cualquier nueva
tienda de informática se convierte en un acontecimiento. Acudimos ansiosos,
esperando ver el nuevo chip que instalaremos en nuestro cerebro, la nueva pieza
que acoplaremos a nuestro traje de Robocop. Es lo que llamamos progreso. Así,
mientras la compañía estadounidense Amazon ha empezado a entregar sus paquetes
por medio de drones, en ese país han elegido como presidente a lo más parecido
a un dron, aunque parece que tiene el software infectado con un virus ruso, concretamente
de Vladimir Putin, que anda estos días un poco griposo. Una pareja de
Transformers llamada a gobernar el mundo sin respetar las fronteras nacionales
o la legalidad internacional, colocando a los consejeros delegados de las
compañías petroleras en los principales puestos de gobierno, esos que decidirán
sobre las políticas energéticas o el cambio climático, es decir, sobre las
futuras guerras. La comunidad científica discute estos días sobre la
conveniencia de desarrollar o no la inteligencia artificial, de que existan
“mentes artificiales”. Pero el planeta está ya gobernado por millones de
máquinas a punto de adquirir una conciencia común. Ni que esto fuera el guion
de la película Terminator, antes del Día del Juicio Final. Todavía está usted a
tiempo de apagar el móvil.
IDEAL (La
Cerradura), 8/01/2017
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