En
el comienzo de la Semana Santa han sonado las trompetas marciales de Donald
Trump, que ha pedido después la bendición de Dios para el mundo entero a través
de su cuenta de Twitter. Si la relación del presidente de EE.UU. con la
religión es como la que mantiene con el derecho internacional, podría decirse
–con Ambrose Bierce- que cree en Dios, pero se ha reservado el derecho de
adorar al diablo. Así que, ¿son bendiciones o maldiciones las de Trump? La
política internacional resulta aún más asombrosa que la nacional y la local. Es
como si la progresión de disparates a que estamos acostumbrados fuese
geométrica, en vez de aritmética. Quiebre usted un ayuntamiento –el de Granada,
sin ir más lejos- y a unos cuantos miles de kilómetros de distancia se abrirá
un agujero en la tierra que se tragará a una ciudad entera. Es el efecto mariposa,
un concepto de la teoría del caos, que parece reinar en estas fiestas
presuntamente religiosas. Las procesiones son esencialmente melancólicas, pero
hay quien las vive con un tono festivo, como hay quien aplaude las decisiones
de Trump. ¿Creemos en la ceremonia de la muerte y la resurrección? Si volvemos
a las cuentas municipales, es una procesión la que lleva el exalcalde de
Granada, José Torres Hurtado, por juzgados y tribunales, mientras el nuevo
alcalde, Paco Cuenca, se pasea por ferias y foros sin tomar ninguna decisión de
peso, ni siquiera para poner un parche a los destrozos que causó en la economía
municipal el antiguo equipo de gobierno, pues ha tenido que prorrogar los
presupuestos. ¿Por qué tienen que pagar los ciudadanos el agujero de la LAC con
un aumento del precio del billete? ¿Por qué no lo pagan Torres Hurtado y
Telesfora Ruiz de su bolsillo? Si la responsabilidad política de alcaldes y
concejales fuese también una responsabilidad patrimonial, quizá nos libraríamos
de esta procesión de ídolos, confundidos por el misterio de la política.
Mientras tanto, puede ser el Ministerio de Hacienda quien termine levantando el
cadáver de la economía municipal, con una intervención que llevará aparejada
una subida del 40% de los tributos locales, casi una resurrección impositiva. Y
viendo la incapacidad de todos los ediles municipales para llegar a acuerdos, acaso
fuera mejor que sólo los funcionarios se ocupen de la gestión de los recursos
locales. Al menos ahorraríamos en corrupción, salarios y titulares de prensa. Aunque
quizá no pongan tanta pasión en su trabajo como estos días inundará las calles,
entre aromas a incienso y azahar. Somos unos santos.
IDEAL (La
Cerradura), 9/04/2017
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