Resulta
muy diferente dónde se enarbola una bandera de España. No es lo mismo verla en
Granada, donde según el contexto puede resultar ridículo, que en Melilla, por
ejemplo, que no deja de ser una ciudad de frontera y una plaza política y
militar en un país extranjero. Uno entiende la añoranza por la madre patria
cuando vive fuera de su casa, pero en las democracias, donde uno ejerce con
normalidad sus derechos políticos, el patriotismo suele quedar reducido al
deporte, al fútbol en el caso español, donde la pregunta más existencial que
suele hacerse es si se es del Barça o del Real Madrid. Pero si las banderas
salen a la calle es porque la democracia no existe, y lo hemos visto claramente
en Cataluña, donde se ha excluido sistemáticamente a aquellas personas que no
enarbolaban una señera. Es una confusión importante que contamina todos los
estratos sociales, incluido el deporte, con un club de fútbol, el Barcelona, abducido
por el nacionalismo, y donde jugadores como Piqué, exjugadores como Xavi o entrenadores
como Guardiola hacen campaña y hablan sin sonrojarse de presos políticos. Pero
presos políticos son los trabajadores de la Generalitat que no se atrevían a
decir lo que pensaban por miedo a ser despedidos, las familias que han vivido
con verdadera angustia el proceso electoral y que vistos los resultados y la
prolongación de la pesadilla se plantean dejar su tierra natal. Porque resulta
muy fácil reclamar los derechos que uno tiene y muy difícil ejercerlos cuando
uno no está seguro de a qué país pertenece. Algunas personas parecen vivir un
presente absoluto, aislado del pasado y del porvenir, sumergidos en un delirio
que lo convierte todo en urgente e instantáneo. Eso es el fanatismo. Y en
España se vive así tanto la política como el fútbol. Nadie parece pensar en el
mañana a no ser que se trate de “su mañana”. Desde la crisis de 2007 la
sociedad española se ha empobrecido y ha aumentado la precariedad laboral, pero
el Gobierno sólo se ha preocupado de cuadrar las cuentas públicas, como ha tratado
de “cuadrar” el problema catalán con unas elecciones que vuelven a demostrar lo
que ya sabíamos: que hay dos millones de ciudadanos catalanes que quieren
independizarse. ¿No habría que asumirlo y buscar una solución? Los periódicos
nos han pintado a Inés Arrimadas como una nueva heroína que defenderá en el
parlamento catalán el orgullo español frente a un mártir y un profeta. Pero
quizá sea tiempo de arriar esos trapos de colores que llamamos banderas.
IDEAL (La Cerradura), 24/12/2017
No hay comentarios:
Publicar un comentario