Algo
debe ocurrir en la política española para que por presunta corrupción
(Andalucía) y flagrante obnubilación (Cataluña) los expresidentes de dos
comunidades autónomas y sus exconsejeros se encuentren sentados en el banquillo
de los acusados o en fuga y captura de la justicia, que parece ser la única
institución que funciona normalmente en el país. Porque es lo mismo que ha
ocurrido en la comunidad de Madrid o en buena parte de los ayuntamientos de
España, con exalcaldes como el de Granada. Tal vez sean necesarios los
recursos, el tiempo y el esfuerzo que funcionarios, miembros de las fuerzas y
cuerpos de seguridad del Estado y comentaristas varios le han tenido que
dedicar a la cuestión, pero da la sensación de que no ha ocurrido otra cosa
desde la Transición a la actualidad en un país al que tanto le está costando
adquirir cierta madurez política y social. Es como si aquí se hablara de la
posible realización de obras públicas antes que de su ejecución, de la
potencial prestación de servicios públicos antes que de su disfrute, de la
posibilidad de un trabajo y una vida digna antes que del cumplimiento de la
jornada de trabajo o el aprovechamiento de los servicios sociales. Si uno
atiende a los medios de comunicación, de la calidad de vida española sólo se
aprovechan los turistas extranjeros, ávidos de la sanidad, de nuestro
patrimonio histórico y de las playas, de los hoteles y los cientos de miles de
bares, de esos fragmentos de felicidad que se les evaporan a los españolitos.
Y, sin embargo, no conozco ningún otro lugar donde la gente salga más a la
calle, donde uno sea capaz de endeudarse para quedar con los amigos o hacer un
viaje, donde hay actividades culturales (y, por tanto, artistas y creadores de
todo tipo) en casi todos los pueblos, donde se acaba agotado de pura risa y si
uno se va a la cama es porque se acabó el préstamo o le dieron antes un par de
hostias. ¿La peña se apoya en el escaño, en el banquillo o en la barra de los
bares? Aunque luego, claro, están también los que no tienen ningún sitio donde
apoyarse y probablemente no participen de este teatro de vanidades. España no
es Roma, y su caída no la contó Gibbon, sino que la cantaron los Nikis en los años
ochenta. ¿Es que no somos un imperio? No me extraña que Carles Puigdemont pretenda
volver como si él fuera Luke Skywalker.
IDEAL (La
Cerradura), 17/12/2017
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