Pues se ve que el alcalde ha salvado a
Granada. ¿No habrá por ahí algún político sensato que diga y haga cosas
sencillas y concretas? Porque según dónde miremos, Granada puede ser una
entelequia, un cajón de sastre o la tierra prometida, por qué no. Un Ayuntamiento
gobernado en minoría y que ni siquiera puede aprobar sus presupuestos. Un
monumento universal, la Alhambra, que según la Unidad de Delitos Económicos de
la Policía ha sido gestionada por un grupo criminal que creó una administración
paralela. Un barrio histórico, el del Albaicín, del que se van sus vecinos,
acosados por el turismo, que ya apenas permite pasear por el centro. Una ciudad
de la que los jóvenes tienen que irse también para poder trabajar, pero a la
que el alcalde presume de “haber cambiado el modelo productivo”. ¿Es una broma?
Está bien que nos riamos antes de que Cristóbal Montoro intervenga el Ayuntamiento.
Es el miembro que falta a la terna formada por Sebastián Pérez, Luis Salvador y
el propio Cuenca, que viajan en el camarote de los Hermanos Marx no sabemos
adónde, mientras la gente huye al área metropolitana, donde los modelos
productivos son los de siempre, pero se vive más tranquilamente, con alcaldes y
concejales menos grandilocuentes. Lo mismo sería una buena idea fundir todos
los ayuntamientos para crear una Gran Granada, título que tomo prestado de la
excelente novela de Justo Navarro. Así tendría más sentido el metro. Y se podrían
unir realmente todas las líneas de autobús. Y la gente utilizaría la Vega, que
se convertiría en un gran parque, con instalaciones deportivas y huertos
ecológicos conectados por un largo corredor verde. E incluso podríamos retomar proyectos
megalíticos como el teleférico hasta Sierra Nevada. Si a la ciudad se le
sumaran los treinta y tres municipios colindantes, desde Albolote a la Zubia,
pasando por Alfacar, Chauchina o Atarfe, tendríamos un único municipio con una
superficie de casi mil kilómetros cuadrados y una población de quinientos
treinta mil habitantes, suficientes para traer el AVE a rastras o declarar la
independencia. Cada pueblo sería un distrito gobernado por asociaciones de
vecinos, y nos ahorraríamos cientos de cargos públicos. El aeropuerto tendría
conexiones con todo el mundo, y habría cientos de empresas tecnológicas y
biotecnológicas donde trabajarían nuestros estudiantes universitarios. Estoy
soñando, lo sé. Pero quizá así lográramos ser una ciudad digna de las
declaraciones de nuestros políticos, que parecen gobernar reinos que no son de
este mundo, aunque estén pagados con algo tan material como los tributos de los
ciudadanos.
IDEAL
(La Cerradura), 13/05/2018
No hay comentarios:
Publicar un comentario