Sin
duda hay otros mundos que están en éste. En una casa-cueva de Marchal
(Granada), donde vive Juan Manuel Heredia “El Canuto” con sus tres mujeres y
sus 36 hijos, de los que la Junta de Andalucía le ha quitado la custodia de 13,
todos menores de edad. Juan Manuel ha tenido 6 hijos con Piedad, 16 con María
Dolores y 14 con Soledad. Asegura que se gana “honradamente la vida”, pero
presume de “no haber trabajado nunca”, algo demasiado común en esta España
negra, empezando por la clase política. Esos cientos de presidentes de
instituciones públicas que, entre chascarrillos y una sonrisa cómplice como la
de “El Canuto”, confiesan que, en realidad, quien trabaja es el director
general. Debe de ser grande la cueva de Juan Manuel Heredia, para que vivan al
menos cuarenta personas en compañía. Pero también lo son las de Alí Babá, que aún
existen en algunas Administraciones públicas, donde se dan asimismo problemas
de higiene, aunque no de vestimenta y alimentación, que son las razones por las
que le han quitado la tutela de los menores a su progenitor. “Bastante bien
salen algunos hijos con los padres que tienen”, dice Emilio Calatayud. “¿Cobrarán
estos padres ayudas por familia numerosa o subvenciones de otro tipo?” se
pregunta. No lo sé, pero deberían cobrarlas, a pesar de que la Fiscalía de
Menores hable de “riesgo de maltrato físico y emocional, exposición a
situaciones de violencia de pareja y entre miembros de la unidad familiar,
presunto abuso sexual hacia algunas de las hermanas y negligencias graves en el
cuidado familiar”. Porque es lo que justifica la existencia de las
Administraciones. ¿En qué se diferencia la moral privada de la moral pública? En
la educación. Juan Manuel Heredia parece haber formado una sociedad aparte que
vive con sus propias reglas, tomadas de la ley gitana y de aquí y allá. Como si
fueran mormones, la civilización se ha detenido en la puerta de la cueva; o
quizá es que no la han dejado entrar. ¿Se trata de un asunto privado o de un
asunto público? Paradójicamente, en una sociedad en la que ya no existe la vida
privada, se trata de un asunto público, pues la obligación de la Administración
es tutelar a esos menores y evitar su desgracia, aunque tenga que atravesar
para ello la puerta de su casa. Y es que a veces, como diría el filósofo, lo
más extraño que puede encontrarse uno en una casa (o una cueva) es a un ser
humano.
IDEAL (La
Cerradura), 24/06/2018
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