Resulta
difícil valorar lo que uno tiene. El ser humano imagina mucho más de lo que
hace, cuando lo que hace efectivamente de una manera sencilla constituye la
parte fundamental de su vida. Es lo bueno de la democracia, poder hacer cosas
cotidianas como salir a comprar el pan o el periódico y disfrutarlas. Pero,
para ello, quizá debas haber ido a algún país donde las estanterías de los
supermercados estén vacías y el gobierno haya prohibido las imprentas y hackee
a los medios que pretenden ejercer la libertad de prensa. Lo saben los
venezolanos que se han manifestado esta semana en la plaza del Carmen y en
otras muchas plazas españolas para pedir al Gobierno que reconozca a Juan
Guaidó como nuevo presidente de Venezuela. Algo que, por el momento, no ha
tenido la dignidad de hacer Pedro Sánchez, que era uno cuando estaba en la
oposición y es otro cuando ha alcanzado el poder y depende de la UE. Incluso es
otro más cuando acude al foro de Davos y pronuncia un discurso en inglés, pues
se ve que hablar en otra lengua te transforma en un extranjero que propone
hacer lo que no hace en su país. Comprendo que no quiera la compañía de Donald
Trump, Jair Bolsonaro o Mauricio Macri, que se han apresurado a reconocer al
nuevo presidente venezolano, aunque no representen precisamente la normalidad
democrática. En España, una parte de nuestros políticos se dedican a crisparla sistemáticamente,
y quizá sea ese ahora nuestro mayor problema. Ambrose Bierce definía la
política como una lucha de intereses disfrazada de un debate de principios. Y
lo estamos viendo en Andalucía, donde PP y Ciudadanos, que iban a traer la
regeneración y la transparencia, se han repartido las consejerías de la Junta
como si jugasen al Monopoly. Sólo hay que fijarse en la congruencia del
flamante vicepresidente, Juan Marín, que además asume las consejerías de
Regeneración Democrática, Turismo, Justicia y Administración Local. Pegan tanto
como Economía, Conocimiento, Empresas y Universidad, o Educación y Deportes,
una confusión tradicional en la Administración del Estado, como confundir con
un deportista a Cristiano Ronaldo. Y quizá siguiendo el ejemplo del
vicepresidente Marín, buena parte de los políticos granadinos estén en Fitur,
porque el turismo debe de ser sinónimo de justicia y democracia y nuestro único
patrimonio, aunque todavía no hayamos encontrado a alguien capaz de lograr que
Granada tenga unas infraestructuras de transporte dignas. Pero es que nuestra
normalidad democrática suele consistir en confundir la gestión privada y la
gestión pública.
IDEAL (La
Cerradura), 27/01/2019
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