En
la fallida sesión de investidura, el Oscar al mejor actor se lo llevó Gabriel
Rufián, que casi pareció sensato y les hizo saltar las lágrimas a los votantes
de izquierda. Sobre todo, cuando contó cómo le explicaba las constelaciones al
hijo de Oriol Junqueras, que está en la cárcel, pero que ha escrito un libro de
cuentos para niños –“los que no puede leerles a sus hijos”-. Rufián les ha
regalado el libro a Pedro Sánchez y a Pablo Iglesias, que si lo leen tendrán
pesadillas sobre ogros constitucionalistas y sueños felices de independencia.
Eso sí, en su despedida del Congreso todos utilizaron un tono sosegado, tirando
a displicente, el tono que usan algunos padres cuando hablan a sus hijos, como
si fueran imbéciles. Es el tono habitual de Pedro Sánchez, que lo exagera
incluso cuando habla en televisión, como hizo el pasado jueves en el
informativo de Pedro Piqueras nada más salir del Congreso, por lo que el
público pensó lo mismo que esos niños piensan de sus padres cuando los tratan
como imbéciles. Y qué decir de Pablo Iglesias, en su papel de tipo
hipersensible e hipersensato. O de Adriana Lastra, que cerró el debate en plan
Padrino, aunque las amenazas de muerte las transmitiera con todo el cariño.
Quizá por eso Albert Rivera sólo sabe hablar de “la banda”, que es lo que
parece ahora su partido, unos pandilleros que se dedican a perseguir fantasmas.
Los que miraba Pablo Casado en el Congreso: ¿los Reyes Católicos? Por favor. Ese
gesto le gustaría a Santiago Abascal, que se apropió de Miguel de Unamuno, al
que se nota que no ha leído. Pues esto es lo que tenemos, actores alentados por
sus partidos, donde hay guionistas que escriben argumentos que poco tienen que
ver con los intereses de los españoles. Interesa más el clímax, la puesta en
escena, aunque como en Juego de Tronos –esa referencia de Pablo Iglesias y tal
vez de toda la clase política y de la propia sociedad- los personajes sean
planos y carezcan de profundidad. Están construidos con tópicos, y dejan al ser
humano anclado en la Edad Media. La diferencia es que en el Congreso aún no hay
sexo ni violencia explícitos, que es lo que atrae a la audiencia. Sí hay, sin
embargo, traiciones y vilezas. Y lo que parece una estupidez congénita.
Mientras hablaban los portavoces, los diputados comentaban la jugada en grupos
de WhatsApp. La llevamos clara. Porque el público va a pasar olímpicamente de
la próxima ceremonia.
IDEAL (La Cerradura), 28/07/2019