Desde
que se decretó el estado de alarma ha ido cambiando la actitud de la gente,
oculta la mayoría ahora bajo un trozo de tela, como en el salvaje Oeste. Con un
sombrero y una pistola al cinto, como ya ocurre en USA, todo estaría más claro.
Porque si osas salir a comprar con la cara descubierta y sin guantes –agotados
ambos artículos en cualquier tienda, y cuyo uso generalizado no ha sido aún
declarado obligatorio- te conviertes en una persona sospechosa, un inconsciente
o un suicida quizá, o peor, acaso un potencial homicida capaz de contagiar a
los demás y posible objeto de improperios. De los acosadores vociferantes de
balcón hemos pasado a los chivatos silenciosos, esos que no dudan en llamar a
la policía si te ven hablando con alguien por la calle y no respetando la distancia
profiláctica prudencial. Quizá el denunciante se hinche de fumar y de beber en
su casa, suicidándose de manera moderada, viendo series de epidemias y
criticando en las redes que los medios publiquen fotografías de ataúdes –hay
quien lleva días tratando de negar la realidad-, pero no duda en señalar a
quien simplemente trata de vivir con tranquilidad. Porque se ha convertido en
un lujo la tranquilidad. Aunque para conseguirla baste con llenar el día a día,
no estar tan pendiente del recuento de víctimas y contagios, de las medidas que
pueda adoptar el Gobierno, desbordado como todos por esta crisis humana. Pero
qué difícil es estar a gusto contigo mismo. Es más sencillo volcar tu
frustración con el vecino, con los políticos, con tu familia. “¿A quién insultaré
hoy?”, parecen decirse algunos. Porque los aplausos, lamentablemente, no
levantarán la economía española, y por eso se van mezclando con caceroladas.
Hay optimismo, pero también rabia. Hay dolor, y debería haber silencio y luto,
por aquellos –¡miles!- que están muriendo solos. ¿Merece la pena este
aislamiento, aun a costa de la economía y de la salud mental de los ciudadanos?
Probablemente sí, pero las autoridades deberían pensar ya en flexibilizar el
confinamiento. Aparte de retomar la actividad profesional –la gente también se
muere de hambre-, las personas deben empezar a salir a la calle, aunque sea de
manera individual, para hacer deporte, y los niños con sus padres. Por salud
física y mental. Para fortalecer el sistema inmunitario y tener la mente
oxigenada. ¿No le dicen estas cosas al Gobierno los expertos? Pues deberían, ya
que son de sentido común. Aunque sólo sea para acabar con la paranoia de los
chivatos.
IDEAL (La Cerradura), 12/04/2020
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