La
mejor prueba de que España empieza a superar los estragos de la epidemia es que
volvemos a ver a los bandos cainitas de siempre, los que enarbolan banderas
constitucionales o inconstitucionales, ensordecen con sus pitidos, insultan y agreden,
ilustrando una vez más lo peor de un país anclado en la guerra civil, ese
“pequeño intercambio de opiniones entre los íberos”. La concordia española ha
durado lo que la cuarentena, y la batalla ahora es por cambiar de fase, aunque
haya que derribar primero al contrario. Porque pretenden obligarte a elegir un
bando, aunque los dos te parezcan igual de fanáticos. Debes ser de izquierdas o
de derechas, y no puedes criticar al Gobierno y también a la oposición. En el
fondo, todos son mesiánicos, cuando no evangélicos. “Pero por cuanto eres
tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca”, dice el Señor
(Apocalipsis, 3:15-19). Aunque aquí no hay señores ni señoritos, ni siquiera
pijos o hijos del 15-M. Los prejuicios arraigan incluso en las mejores cabezas,
ocupadas en construir redes clientelares y no necesariamente políticas, aunque
enarbolen la bandera de la solidaridad y la democracia. Para ser demócrata, hay
que renunciar a cortar cabezas, que es el verdadero deporte nacional, ya sea en
el ministerio del Interior o en el partido, por no hablar de las pachangas académicas
o culturetas. ¿A quién ponemos en los consejos de administración de las grandes
empresas? Si uno se molestase en hacer un seguimiento sobre quién nombra, a
quién se nombra y quién toma las decisiones en las instituciones más
importantes de este país, tiene para escribir cien bodrios como Juego de
Tronos. ¿Se puede estar en misa y repicando? Pues sí. Se trata de criticar
primero lo que deseas para pasar de ser vociferante a vociferado, de escrachador
a escrachado, cuando no escacharrado finalmente por la lógica del poder. A unos
y a otros lo que de verdad les importa es decir “aquí estoy yo”, por encima del
que sea, incluso del que ellos mismos fueron cuando eran personas antes que
personajes, políticos más cómicos que dramáticos. Pero ha vuelto la función. Y
por lo que se ve, no importa tanto si nos hemos cargado el escenario o si queda
un público que nos aplauda. A falta de buenos toreros, hay quien prefiere ser
toro para calzarse la piel de España. Y quizá, como Machado, estén esperando “al
hombre ibero de la recia mano, que tallará en el roble castellano el Dios adusto
de la tierra parda”.
IDEAL (La Cerradura) 31/05/2020
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