lunes, 29 de junio de 2020

Limpios


Las nuevas costumbres acaban con las manías. Ahora todos somos maniáticos, y nos lavamos las manos una, dos, tres veces, cada vez que nos subimos a un autobús, entramos en la oficina, en un comercio, en un bar, y cuando salimos y volvemos a casa. “Pues sí que te lavas tú las manos”, solían decirte. Ahora lo raro es quien no se las lava treinta veces al día, a pesar de la urticaria. ¿Podemos tocar las cosas? ¿Podemos tocarnos? ¿Nos reconocemos a pesar de la mascarilla? Los equívocos son continuos, y no quiero ni pensar lo que le sucederá al que se le ocurra salir a ligar. Habrá que recurrir al móvil, que mandará nuestra foto por contacto de Bluetooth, para que aparezcamos sonrientes en la pantalla. Ah, ¿éste eres tú? Cambiar las normas de la realidad es como darle la vuelta al mundo. Hasta que el cerebro vuelva a acostumbrarse, veremos a la gente boca abajo o boca arriba, dependiendo de la ideología. Es el mundo perfecto para la clase política, acostumbrada a decir una cosa y hacer la contraria, a lograr, sin decir nada, lo contrario de lo que pretendía. Es un mundo caótico, sembrado de peligros en forma de rebrotes, esa palabra que nos intimida y paraliza, pues impide que hagamos planes a medio o largo plazo, al no saber si nos confinarán de nuevo. El Gobierno ha dicho esta semana que no descarta volver a declarar el estado de alarma. Amenaza con volver a suspender la vida cotidiana. Depende de la evolución del virus y del comportamiento de los ciudadanos. De pronto, hemos vuelto todos a la adolescencia. Pero no es cierto que los ciudadanos hayamos invadido las calles, ni los encuentros masivos, a pesar de lo que se vea en las redes sociales. Basta pasear o utilizar el transporte público para darse cuenta de que todo funciona a ralentí. Muchos se resisten a retomar la vida de antes de la pandemia, por prudencia o miedo. El discurso del individualismo y la hiperactividad se ha topado con un pequeño virus que no entiende de síndromes de abstinencia por la falta de consumo compulsivo. Hemos perdido el control de nuestras vidas, mientras que el presidente del Gobierno ha descubierto que efectivamente tiene el poder para paralizar o aterrorizar al país, algo que no hubiera podido imaginar ni en sus más febriles sueños ni en nuestras más terribles pesadillas. Pero no hay que preocuparse: échese un poco de gel hidroalcohólico en las manos y póngase la mascarilla. Qué limpios estamos.
IDEAL (La Cerradura), 28/06/2020

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