En
la chabola que veo al pasear por el Camino de las Vacas han puesto una alarma. Los
carteles de la compañía de seguridad destacan en la verja que protege una
vivienda destartalada, construida con latas y cajas. Aunque claro, también hay
plantado en mitad del terreno un mástil con la bandera de España, porque ser
ocupa no está reñido con ser patriota. ¿Han conquistado el territorio que
habitan u ostentan un título legítimo de propiedad? En un rincón acogedor, sobre
un trozo de césped y bajo una sombrilla, hay una mesa y unas sillas que parecen
sacadas de un anuncio de IKEA. Y es que no hace falta convertirse en
vicepresidente del Gobierno para lograr la república de tu casa. La realidad y
la irrealidad se mezclan estos días, y hay quien aprovecha para apropiarse de
lo que se le antoja en ese limbo que queda entre los discursos apocalípticos y las
personas que se empeñan en que su vida siga igual. Cambia el paisaje como
cambian las costumbres, y sólo los optimistas ocupan las calles, jóvenes que han
sustituido a sus mayores en las terrazas de los bares, que hacen fiestas y
botellones y respiran igual de bien con mascarilla o sin ella. Vetan las
reuniones de más de diez personas, los bailes y la barra libre en las bodas,
pero la gente continúa quedando en el descampado para montar una barbacoa, y no
hay quien los saque de allí. Y qué decir de la vuelta al colegio, de las nuevas
normas para los niños, a los que me imagino intercambiándose las mascarillas,
restregándose por las paredes y el suelo, investigando virus y bacterias, como
debe ser. Las madres preparan uniformes, pasan horas inculcándoles las nuevas normas,
aunque sepan que las olvidarán a los tres segundos de volver a ver a sus amigos
por fin en clase. Y después gritarán, locos de alegría: “¡Ventilemos las aulas!”
Antes de que regrese el ogro telemático. Por doquier resuenan los tópicos para
adaptarnos y reinventarnos, pero quien sigue impertérrito en su optimismo es
Fernando Simón, que en los primeros días de la pandemia dijo que se trataba de
una gripe que causaría como mucho “una o dos muertes”. Encarna a la perfección
la definición de optimista de Ambrose Bierce: “defensor de la doctrina de que
lo negro es blanco”. Para este gobierno todo lo equivocado es acertado. Unos
ponen alarmas y otros crean estados de alarma, pero, puestos a elegir quimeras,
prefiero las de la chabola a las del Palacio de la Moncloa.
IDEAL (La Cerradura), 6/09/2020
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