Nadie
lo hubiera podido imaginar, pero resulta que Pablo Iglesias, después de dejar
la política, se ha cortado la coleta, como los toreros, para darse un pelado de
niño pijo del que todo el mundo habla. Si va a resultar que todo este proceso
no era para transformar España, sino para transformase él mismo en todo lo que
había querido ser (o no). Quién te ha visto y quién te ve. No lo veremos en el Centro
Nacional de Inteligencia (CNI), pues el Tribunal Constitucional ha anulado el
decreto ley que lo incluía en la comisión delegada de asuntos de inteligencia
junto a Iván Redondo, deseoso también de conocer y utilizar los secretos del
poder. “¡Oh, Pedro! ¡Danos conocimiento para cumplir tus designios! ¡Líbranos
de la curiosidad!” El alto tribunal no cree que sea un caso de extraordinaria y
urgente necesidad, al menos para la seguridad del Estado. La historieta se parece
más bien a las de la T.I.A. (Técnicos de Investigación Aeroterráquea), la desastrosa
agencia secreta de información creada por el maestro Ibáñez. Mortadelo y
Filemón son los reyes del disfraz y el camuflaje, capaces de adoptar cualquier
papel que requiera el Superintendente Vicente o los supuestos votantes, aunque se
hayan dibujado con las encuestas de Tezanos (¡tabernarios!) y las visiones de
Iván Redondo, Rasputín de la posverdad. “¡Madrileños (que no espartanos),
preparad el desayuno y alimentaos bien, porque esta noche cenaremos en el
infierno! ¡Esto es Madrid!”, gritaban antes de arrojar imaginariamente al foso
a sus rivales electorales en la derecha y en la izquierda. Esa fijación guerrera
que tienen los íberos y que abarca desde el deporte a la política o al control
de una pandemia, aunque sólo ellos sean capaces de ver al enemigo, el
desfiladero e incluso la batalla. A mí me gustaba el profesor Bacterio y sus
inventos extraordinarios, que nunca salían como se esperaba. Primero hay que
armar una revolución. Después, traicionar las ideas que la inspiraron para
lograr lo que querías (o no). Alcanzar la responsabilidad de gobernar para
tener por fin el poder de cambiar las cosas, pero renunciar a cambiar nada,
porque quizá ejercerlo tiene más que ver con la responsabilidad que con la
vanidad. Acabar bebiéndote la fórmula del profesor para convertirte en el superhéroe
que salve a tu partido y de paso la capital del país de los bárbaros para transformarte
finalmente en contertulio televisivo, que se ve que es lo que realmente le hace
falta a España. Y en esto se parecen el mundo del TBO y la política.
IDEAL (La Cerradura), 16/05/2021
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