martes, 7 de diciembre de 2021

Mitos

En una época de incertidumbre como la que vivimos, corremos el riesgo de que todo se sobredimensione y, al mismo tiempo, no les demos importancia a otras cosas que resultan empequeñecidas por las cifras y las amenazas que hoy llevan el nombre de las letras del alfabeto griego: alfa, beta, gamma, delta, ómicron. Son las variantes más peligrosas, del SARS-CoV-2, nos dicen los científicos, pero hay otras: épsilon, zeta, eta, iota, kappa, lambda… Nos hemos convertido en Odiseo luchando contra las maldiciones de los dioses del Olimpo. O en el mito de una tragedia autodestructiva. Porque lo que tienen en común las últimas variantes de la Covid-19 es que surgieron en países con un alto número de contagios y una baja tasa de vacunación: India (la variante delta) y Suráfrica (ómicron); países que propusieron a la Organización Mundial del Comercio (OMC) la exención temporal de las patentes que protegen la propiedad intelectual e industrial de las vacunas para que éstas llegaran a todo el mundo. Una propuesta que contó con el apoyo de Estados Unidos, pero no de la Unión Europea, donde Alemania y otros países tienen intereses económicos en la comercialización de las vacunas, los mismos países que, curiosamente, se están viendo obligados a tomar medidas más restrictivas por la propagación de estas dos últimas variantes. A esto lleva la insolidaridad. Porque, para mutar, el virus sólo necesita un cuerpo humano con un sistema inmunitario débil, y le da igual si el ser humano en cuestión es rico o pobre. Los países ricos, que son los que tienen una mayor tasa de vacunación, apenas representan el 15% de la población mundial. ¿Pueden defenderse de todas las variantes del virus que penetrarán por sus fronteras? No deberían existir patentes sobre las vacunas, que aunque sean elaboradas por empresas privadas han sido subvencionadas con dinero público. Como mucho, podría compensarse económicamente a las compañías, poniéndole un precio al bien común. Pero las cuestiones de salud pública y derechos humanos no deberían estar en manos privadas. La humanidad debe encaminarse a un poder político mundial que no dependa de las decisiones de los grandes grupos empresariales, algo de lo que la UE se ha convertido en paradigma, a pesar de todas sus cosas buenas. El alfabeto griego y el mito de Europa deben servir para algo más que ponerle nombre a nuestros miedos. A ver si va a resultar que, después de todo, a la diosa no la rapte Zeus, sino un nuevo virus mutado por la avaricia del capital financiero.

IDEAL (La Cerradura), 5/12/2021

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