Entre test y aislamientos, las familias españolas han celebrado la llegada del nuevo año con un invitado inexcusable: el fantasma de las Navidades pasadas, aunque no sé si entraba en la cuenta de las comunidades autónomas sobre el número de comensales. “Soy el fantasma de lo que podría haber sido”, decía ese comensal invisible desde su silla; y la gente levantaba sus copas con la esperanza de que nos dejen brindar por algo bueno en este bucle melancólico de la pandemia. Seamos optimistas. Granada ha batido esta semana el récord de contagios, pero como nos aseguran Juanma Moreno y Pedro Sánchez tenemos al virus arrinconado en el ring, como Rocky Balboa antes de resucitar de nuevo después de besar por enésima vez la lona. Si esto era la nueva normalidad, la postnormalidad debe ser la repanocha. Lo publican los presupuestos generales del Estado para 2022 y las sucesivas reformas que nos esperan, anunciadas a bombo y platillo como el inicio de una nueva era. No años. No. Eras. Ciclos. Eones. La eternidad del discurso político. Por fortuna, tenemos a la Unión Europea, vestida por la necesidad con el traje de reyes magos y celebrando el veinte aniversario del euro. Los fondos Next Generation parecen el título de una película de Star Trek, y como la tripulación de la Enterprise confiamos en viajar en el tiempo para solucionar los problemas del presente. Porque serán las generaciones futuras las que tendrán que pagar la deuda pública actual. ¿Hipotecas? Para la Next Generation, como si fuera un truco de magia. Cada año asistimos a la misma ceremonia, quemamos nuestro viejo yo para que renazca el nuevo que, sin embargo, es el mismo tipo de siempre, al que ciertamente le han crecido la nariz y las orejas y va perdiendo pelo, pero que nos mira con la misma cara de gamberro desde que tenía, aproximadamente, nueve meses. Si cogemos todas las fotos que nos han hecho a lo largo de nuestra vida, podemos hacer un experimento. Desde la más reciente a la más antigua, vaya usted superponiendo una foto encima de la otra, hasta completar los fragmentos de su personalidad. Sí. Ese bebé que le mira riéndose sabe perfectamente quién es usted. Pero también podemos hacer la operación contraria, ordenando las fotos cronológicamente, hasta volver a encontrarnos con nosotros mismos. Entonces seremos quienes miremos al bebé con suficiencia para decirle: “Te lo dije”. Parafraseando a Ambrose Bierce, que en este nuevo período de 365 decepciones podamos contar al menos las mismas alegrías.
IDEAL (La Cerradura),
2/01/2022
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