La principal causa de muerte en España no es el coronavirus, sino
el suicidio. Dentro de España, Andalucía es la comunidad autónoma donde más
personas se quitan la vida y, lamentablemente, son los jóvenes los que
encabezan esta funesta estadística. Quizá tenga que ver con el ruido mediático,
pero también con la crisis económica, el desempleo y la falta de oportunidades
y expectativas para el desarrollo personal y social. Llama la atención que
mientras la mitad de los jóvenes del mundo quieren emigrar a Europa, en países
europeos como España algunos decidan quitarse de en medio. Pocas cosas pueden
ser más deprimentes. Tenemos algoritmos que detectan en milésimas de segundo
los gustos y el nivel adquisitivo de los consumidores, pero se ve que como sociedad
no logramos ofrecer a muchas personas motivos para vivir. Y no es que
suicidarse sea esencialmente malo. En la antigua Roma y en el Japón
contemporáneo podía ser el resultado de una decisión digna y meditada, ya sea
por razones físicas o éticas, como lo es hoy la eutanasia por motivos humanitarios
y médicos. Pero en un país en el que nuestros políticos ni siquiera se molestan
en dimitir después de las gestiones o actuaciones más vergonzosas (no les
exigimos el harakiri, no, sino que dejen las instituciones y coticen a la Seguridad
Social; y si ya lo han hecho antes de ser políticos, mejor), resulta doloroso que
una persona joven decida quitarse la vida. Ante este hecho, periodistas y
analistas ponen el foco en las enfermedades mentales, lo que es un recurso
fácil en el caos reinante. Los filtros informativos parecen haber desaparecido,
y si el recuento estadístico y diario de víctimas de la pandemia se hace
insoportable, también es pandémica la proliferación de expertos sobre todas las
plagas de Egipto, virólogos, vulcanólogos, climatólogos, psicólogos, “coaches”
e incluso espiritistas, porque cuando hay alguna desgracia de algún tipo los
medios de comunicación ya no hablan de otra cosa. ¿Sensacionalismo? ¿Pereza? Por
eso hay cada vez más gente que renuncia a desinformarse, que es lo contrario a
informarse. En el acto de comunicar hay alguien que da y otro que recibe, de
ahí la exigencia de que la información sea veraz y cargada de contenido. Debemos
dar a nuestros jóvenes las herramientas para estar en armonía consigo mismos y
con el mundo. Un logro para toda una generación política sería un pacto nacional
por la educación, que actualmente no pasa de ser un arma arrojadiza. Una
educación no evaluadora, sino integradora. Es nuestra sociedad la que se
suicida.
IDEAL (La Cerradura), 16/01/2022
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