lunes, 9 de mayo de 2022

Constipados

No sé cuántas veces he tenido el coronavirus, dos o tres por lo menos, o quizá se trate de una infección permanente, con altibajos, una sucesión de infecciones que van del alfa a la omega. La enfermedad puede convertirse en una nueva personalidad que te haga dependiente de médicos y tratamientos, y hay quien ha descubierto un nuevo yo con forma de pastilla. “Estoy malo, estoy malo”, dicen. “No, tú eres malo, eres malo”, le responden como si fuera Putin, al que cuentan que van a operar de cáncer, aunque lamentablemente no de la cabeza. Uno empieza por tomar paracetamol y sigue medicándose para controlar el colesterol o el tamaño de la próstata o el nivel de estrógenos, la tensión y el azúcar, y termina haciéndose análisis periódicos que se convierten en una obsesión vampírica, en boca de Renfield: “La sangre es la vida”. Lo malo es que las frutas y verduras están por las nubes, y con todo el mundo a régimen al final va a resultar que el solomillo de ternera es una comida de pobres. “Vade retro, Satanás”, diría el ministro Alberto Garzón, que está librando una batalla silenciosa (por decir algo) contra las actividades contaminantes, que son las que lleva haciendo la humanidad desde que empezó a caminar sobre el planeta, y que, para salvarlo, sólo come insectos, leche vegetal y hongos. Una vez quitadas las mascarillas, los virus van contagiando a sus anchas, y en las aulas y los bares, en los centros de trabajo y el transporte público se van mezclando las alergias con los resfriados en una alegre algarabía. La gente ya no da un repullo cuando alguien tose o estornuda a su lado, sino que abre sus pulmones para que le penetre la buena nueva de la libertad primaveral. “En casa estamos todos con covid”, susurran los mensajes de WhatsApp. “¿Hay una nueva ola?” No, ya todo son olas para surfear como Pegasus por los teléfonos privados y oficiales, desde los del presidente de la Generalitat a los del presidente del Gobierno, con sus miles de colaboradores. Quizá por eso todavía hay muchas personas que se resisten a dejar de protegerse contra la polución, los microorganismos y el destino, y con la mascarilla puesta nos recuerdan que estamos rodeados de amenazas invisibles. Pero incluso esas personas, a veces, cuando se encuentran a un ser querido, son capaces de descubrirse la cara para dar dos besos o estrechar la mano desnuda. Entonces sienten un placer intenso y breve que los ayuda a vivir durante unos días.

IDEAL (La Cerradura), 8/05/2022

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