En
un país que sigue explotando el turismo, las ciudades se están convirtiendo en
parques temáticos donde vivir puede resultar desagradable o imposible si
tenemos en cuenta los precios de la vivienda, ya sea en propiedad o en
alquiler. Comprar un apartamento en el centro de ciudades como Málaga o Granada
es una quimera, porque quienes los tienen en propiedad los dedican al alquiler
turístico y el nuevo sueño de la carcundia andaluza es ser funcionario y
rentista, gestionar el patrimonio mientras se comparten las terrazas de los
bares con ese rebaño al que ordeñar en cualquier época del año y que va
renovándose gracias a las leyes de la oferta y la demanda. Así, aunque en la
superficie brille el ocio y la alegría efímera, nuestras ciudades se van
convirtiendo en cementerios donde pronto se montarán también mercadillos y
barras de bar para situar la vida en mitad de la muerte o viceversa. Es un
modelo que va imponiéndose en las capitales, empezando por Madrid, donde se han
triplicado o cuadriplicado los precios de las habitaciones de hoteles y ya es
casi imposible ir un fin de semana, y donde los trabajadores de cualquier
ámbito, incluidos los de la administración, deben compartir piso si quieren
sobrevivir, pues ni siquiera en las afueras encuentran ya alquileres que no se
coman más de la mitad de su sueldo. Es un disparate que no sé si arreglará la Ley
por el Derecho a la Vivienda aprobada por el Parlamento, pero algo habrá que
hacer, pues el grueso de la población no está de paso en las ciudades, sino que
estudia y trabaja en ellas, aunque a veces parezca una tarea imposible. En ese
contexto y en plena campaña electoral, resulta lamentable que en el Congreso y
el Senado no se debata sobre los topes al alquiler, los grandes tenedores, las
zonas tensionadas o los desahucios, sino sobre las listas de Bildu. Los
antiguos terroristas no están moralmente legitimados para ocupar un cargo
público, pero tampoco la demagogia política parece tener límites. Lo peor es
cuando contamina a los propios medios de comunicación, cuyo deber es fomentar
el pluralismo y la opinión pública libre, y comprobar cómo hasta algunos buenos
periodistas se han convertido en meros papagayos que no paran de repetir el
mismo discurso vacío. ¿Y dónde están los argumentos para votar en tu municipio o
en tu comunidad? Quizá nuestros políticos deberían renovarse a la misma
velocidad que el mercado inmobiliario. Cada seis meses, un nuevo turno. Por una
política y vivienda dignas.
IDEAL (La Cerradura), 21/05/2023
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