Se ve que muchos columnistas y políticos españoles son magistrados
del Tribunal Constitucional frustrados, pues todos parecen conocer los límites
de la Constitución española de 1978, cuando no los conocían bien ni los mismos constituyentes.
La Transición democrática y la evolución del Estado autonómico han sido, en
buena medida, un proceso de ensayo y error, pero hay quien piensa que el poder
constituyente no agota la voluntad del pueblo, que permanece vigilante. Tenemos
más vigilantes en los medios que en el Banco de España, aunque no los hay por
lo visto en el Ministerio de Asuntos Económicos, donde no se han olido que
Arabia Saudí estaba dispuesta a comerse Telefónica. “Es una prueba de la
confianza en las empresas y en la economía de España”, se ha apresurado a decir
el ministro Félix Bolaños, pero más bien es otra prueba de la voracidad del
país saudí, dispuesto a maquillar los crímenes de la dictadura comprando
jugadores, equipos de fútbol o empresas de telecomunicaciones. Como Yolanda
Díaz ha corrido a maquillar al prófugo de Waterloo, que sigue negando la
Constitución. Se habla de una nueva ley de amnistía, pero nadie sabe el
contenido. ¿Qué es, exactamente, lo que se está atacando o defendiendo? ¿El
sistema democrático? ¿El derecho de gracia del artículo 62? En el Congreso de
los Diputados se van a hablar todas las lenguas españolas, lo que quizá
contribuya a que nos entendamos. Porque se ve que, en estos momentos, sólo
Pedro Sánchez y Carles Puigdemont tienen las cosas claras, más el segundo que
el primero, que suele cambiar de opinión sobre las cuestiones más importantes
del Estado. “El Estado soy yo”, parece pensar, como pensó el propio Puigdemont.
El problema de ser comprensivos con quienes se saltan la ley es que puedes
llegar a creer que tienes derecho a saltártela, que no es lo mismo que interpretarla.
La Constitución regula un procedimiento de reforma precisamente para frenar las
insurrecciones permanentes o las interpretaciones discrecionales de quienes
creen representar los verdaderos intereses del pueblo, sea el español o el
catalán, que son parte de la misma nación constituyente, nos guste o no. Más
importante sería preocuparnos de que no se rompa la confianza entre gobernados
y gobernantes, y no tratar a los ciudadanos como el objeto de una continua
manipulación retórica. Si la democracia se vacía de contenido, los ciudadanos
no creerán en la democracia. Ahora dicen que los vikingos asaltaron el
Capitolio por temor a una invasión de extraterrestres. Espero que no los haya
en el Congreso. Aunque necesiten intérpretes.
IDEAL (La Cerradura), 10/09/2023
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