Mientras
los partidos hacen cuentas sobre la posibilidad de aprobar o prorrogar los
presupuestos e incluso hay quien hace cábalas sobre una nueva convocatoria
electoral, muchas personas acuden a las casas de empeño, que han vuelto a
convertirse en un último recurso para subir la cuesta de septiembre. No hay
bicicletas para esa vuelta a España. Si antes eran montes de piedad, ahora
tienen nombres como “Cash Converters”, donde hacen cola para vender aparatos de
aire acondicionado, ordenadores, teléfonos, tabletas y teclados, relojes que
pueden recuperarse en treinta días si la fortuna vuelve a sonreírte. Después de
ver programas como “Empeños a lo bestia” o “Cazasubastas”, la gente rebusca
electrodomésticos y artilugios en el trastero para sacar unos cuantos euros. Se
trata de apostar, comprar y vender, aunque hay quien coge el dinero y se lo
funde en la terraza de enfrente tomando copas. También se llega a vender el
coche o la casa para construir castillos en el aire, vivir de alquiler un par
de años como si fueras rico antes de volver a sumergirte en la pobreza. Las
compras compulsivas son una adicción como cualquier otra, y las horas se pasan
volando mientras se buscan ofertas en Internet para comprar objetos que no
servirán de nada, salvo para vender y comprar otra vez. Abundan las plataformas
para aplazar los pagos, las aplicaciones para cambiar objetos de segunda mano
y, mientras buena parte de la población se pasa la vida especulando sobre lo
pequeño, los grandes especuladores venden a trozos el país sin tener que echar
cuentas sobre las cuotas de la tarjeta de crédito o las letras del préstamo. El
Estado ya está hipotecado con la deuda pública, que iremos pagando entre todos
y transmitiéndola a las próximas generaciones que, como en el chiste de Forges,
nacerán con una casa a cuestas. Los embargos son sólo para la gente pobre. Aunque
tendría que ser al revés, el aumento del endeudamiento del Estado parece ser
proporcional al empeoramiento de los servicios públicos, empezando por la sanidad,
donde las listas de espera se hacen interminables, algo que se agudiza en
verano, pues en Granada, sin ir más lejos, los centros de salud permanecerán
cerrados por las tardes hasta el mes de octubre. No hay suficientes
profesionales para cubrir vacaciones, bajas y vacantes, lo que es la tónica
general en Andalucía y en toda España. Nos sobran cargos públicos, sin embargo.
¿No podríamos venderlos o empeñarlos o cambiarlos por personal sanitario? Ha
llegado el mes de septiembre, aunque nos empeñemos en lo contrario.
IDEAL (La Cerradura), 1/09/2024
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