lunes, 23 de septiembre de 2024

Fantasmas

A veces metemos la mano en un bolsillo y, como en una película de terror, aparece una mascarilla, ese fantasma que tienes guardado con la ropa de otoño que ya se acerca. Debíamos tener siempre una disponible para salir a la calle y, aunque no se debían meter en los bolsillos, las teníamos en todos los bolsillos, de la ropa y de las mochilas, en las carteras y en los cajones de la mesilla de noche o en el despacho, en la guantera del coche, siempre a mano. Hay quienes no han dejado de ponérsela, y cuando nos los encontramos en el autobús o en el trabajo nos recuerdan nuestra debilidad. Sin embargo, en la política, cuando uno mete la mano en un cajón lo que se encuentra es una máscara, que es distinta según el contexto y el público, los colaboradores y los medios de comunicación. Y los cajones también guardan fantasmas, de la guerra civil, la dictadura y la transición, sobre las que se siguen escribiendo versiones edulcoradas que parecen novelas más que ensayos, pues no se basan en los hechos legales o históricos, que no engañan a nadie, sino en la opinión. En España, la política está realmente enfangada porque los discursos se centran en la grandilocuencia de las ideologías y no en los detalles concretos. Se sigue hablando de buenos y malos, de derechas e izquierdas, pero todavía hay miles de cadáveres enterrados en las cunetas. Esos muertos de los que se suele decir “¿otra vez la guerra civil?”, “¿ya estamos con Franco?” Pero lo suelen decir quienes no tienen fantasmas en la familia y pueden acudir a un cementerio a honrar la memoria de sus padres y abuelos. El silencio equivale a aquiescencia, a afirmar “aquello estuvo bien”, y por eso en España se desprecia la verdad, que resulta molesta, hiriente, pesada como esa memoria que nos resistimos a analizar, porque hacerlo puede llevarnos a descubrir otros fantasmas que tienen nuestra cara, la que tapábamos con mascarillas. Ése era un pequeño consuelo para mucha gente en época de pandemia. Poder ponerse una mascarilla y no tener que ponerse la máscara, guardar las distancias, no tocarse, evitar contaminar al otro con nuestro aliento o nuestra saliva. Pero los miedos siguen ahí, como los fantasmas, y basta oír un estornudo en un espacio cerrado para sentir un escalofrío. Será porque están bajando las temperaturas. Lo mismo pasa cuando oímos a algunos políticos. Ya se sabe que los fantasmas son los signos exteriores, visibles e invisibles de los miedos interiores.

IDEAL (La Cerradura), 22/09/2024

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