A
veces metemos la mano en un bolsillo y, como en una película de terror, aparece
una mascarilla, ese fantasma que tienes guardado con la ropa de otoño que ya se
acerca. Debíamos tener siempre una disponible para salir a la calle y, aunque
no se debían meter en los bolsillos, las teníamos en todos los bolsillos, de la
ropa y de las mochilas, en las carteras y en los cajones de la mesilla de noche
o en el despacho, en la guantera del coche, siempre a mano. Hay quienes no han
dejado de ponérsela, y cuando nos los encontramos en el autobús o en el trabajo
nos recuerdan nuestra debilidad. Sin embargo, en la política, cuando uno mete
la mano en un cajón lo que se encuentra es una máscara, que es distinta según
el contexto y el público, los colaboradores y los medios de comunicación. Y los
cajones también guardan fantasmas, de la guerra civil, la dictadura y la
transición, sobre las que se siguen escribiendo versiones edulcoradas que parecen
novelas más que ensayos, pues no se basan en los hechos legales o históricos,
que no engañan a nadie, sino en la opinión. En España, la política está
realmente enfangada porque los discursos se centran en la grandilocuencia de
las ideologías y no en los detalles concretos. Se sigue hablando de buenos y
malos, de derechas e izquierdas, pero todavía hay miles de cadáveres enterrados
en las cunetas. Esos muertos de los que se suele decir “¿otra vez la guerra
civil?”, “¿ya estamos con Franco?” Pero lo suelen decir quienes no tienen
fantasmas en la familia y pueden acudir a un cementerio a honrar la memoria de
sus padres y abuelos. El silencio equivale a aquiescencia, a afirmar “aquello
estuvo bien”, y por eso en España se desprecia la verdad, que resulta molesta,
hiriente, pesada como esa memoria que nos resistimos a analizar, porque hacerlo
puede llevarnos a descubrir otros fantasmas que tienen nuestra cara, la que
tapábamos con mascarillas. Ése era un pequeño consuelo para mucha gente en
época de pandemia. Poder ponerse una mascarilla y no tener que ponerse la
máscara, guardar las distancias, no tocarse, evitar contaminar al otro con
nuestro aliento o nuestra saliva. Pero los miedos siguen ahí, como los
fantasmas, y basta oír un estornudo en un espacio cerrado para sentir un
escalofrío. Será porque están bajando las temperaturas. Lo mismo pasa cuando
oímos a algunos políticos. Ya se sabe que los fantasmas son los signos exteriores,
visibles e invisibles de los miedos interiores.
IDEAL (La Cerradura), 22/09/2024
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