domingo, 10 de agosto de 2014

Entre Víznar y Alfacar



Lo que menos me gusta de mi generación –la de los felices años ochenta, que yo nunca he terminado de ver felices, sino más bien amnésicos- es que solemos tener las cosas tan claras que no sabemos absolutamente nada. Porque hablamos del pasado con una convicción tan pasmosa que nos impide explicarnos este presente que se nos va. Y quizá tenga algo que ver la generación precedente que, teniendo que asumir la responsabilidad de la todavía –y aunque nos pese- joven democracia, se ha preocupado mucho más del dinero que de la ideología; o, quizá, de la mejor forma de transformar la ideología en dinero. Nuestras elites son, sobre todo, expertas en marketing y, desde la política a la cultura, se han especializado en vender mensajes bien articulados, artificiosamente embellecidos, pero naturalmente vacíos: sólo corremos unos detrás de otros. Paso unos días en Alfacar, un pueblo que se ha vuelto incómodo, pues, por sus cuestas estrechas y empinadas, circulan los coches a una velocidad muy por encima de lo razonable, obligando al caminante a pegarse a las paredes o a tirarse a las acequias para evitar ser atropellado. Pero el pan sigue siendo excepcional, y los embutidos, y la verdura, y el aceite, con lo que uno puede curarse por el estómago de la influencia de tanto burro. Que no sé dónde estarán, por cierto, porque hoy, como decía, no se ven más que coches, y todos los caminos de tierra han sido recubiertos de asfalto. Aunque hay cosas que no cambian; o tal vez sí. Hoy, a las nueve de la noche, se celebrará en Fuente Grande un homenaje a Federico García Lorca. Sin embargo, a partir de mañana, el parque volverá a ser insulso y, en el camino del Arzobispo –que así es como se llama-, sólo habrá gente haciendo running entre Víznar y Alfacar. Qué curiosa costumbre, que ha convertido esa carretera en una especie de concurrido Manhattan rodeado de eriales y ¡donde hay abuelas corriendo y empujando carritos! Confieso que lo que a mí cada vez me deja más perplejo es el presente. Leo que en el buque escuela de la Armada Juan Sebastián el Cano han encontrado ciento veintisiete kilos de cocaína. Así, el que fuera el destino dorado de la realeza para hacer la mili se ha convertido en un instrumento más del narcotráfico. ¿Será éste otro símbolo de la historia de España? Entre Víznar y Alfacar, todavía espera Federico. Y, visto lo visto, yo creo que se ríe por no llorar.
IDEAL (La Cerradura), 10/08/2014

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