Lo
que menos me gusta de mi generación –la de los felices años ochenta, que yo
nunca he terminado de ver felices, sino más bien amnésicos- es que solemos
tener las cosas tan claras que no sabemos absolutamente nada. Porque hablamos
del pasado con una convicción tan pasmosa que nos impide explicarnos este
presente que se nos va. Y quizá tenga algo que ver la generación precedente
que, teniendo que asumir la responsabilidad de la todavía –y aunque nos pese-
joven democracia, se ha preocupado mucho más del dinero que de la ideología; o,
quizá, de la mejor forma de transformar la ideología en dinero. Nuestras elites
son, sobre todo, expertas en marketing y, desde la política a la cultura, se
han especializado en vender mensajes bien articulados, artificiosamente embellecidos,
pero naturalmente vacíos: sólo corremos unos detrás de otros. Paso unos días en
Alfacar, un pueblo que se ha vuelto incómodo, pues, por sus cuestas estrechas y
empinadas, circulan los coches a una velocidad muy por encima de lo razonable,
obligando al caminante a pegarse a las paredes o a tirarse a las acequias para
evitar ser atropellado. Pero el pan sigue siendo excepcional, y los embutidos,
y la verdura, y el aceite, con lo que uno puede curarse por el estómago de la
influencia de tanto burro. Que no sé dónde estarán, por cierto, porque hoy,
como decía, no se ven más que coches, y todos los caminos de tierra han sido
recubiertos de asfalto. Aunque hay cosas que no cambian; o tal vez sí. Hoy, a
las nueve de la noche, se celebrará en Fuente Grande un homenaje a Federico
García Lorca. Sin embargo, a partir de mañana, el parque volverá a ser insulso
y, en el camino del Arzobispo –que así es como se llama-, sólo habrá gente
haciendo running entre Víznar y Alfacar. Qué curiosa costumbre, que ha
convertido esa carretera en una especie de concurrido Manhattan rodeado de
eriales y ¡donde hay abuelas corriendo y empujando carritos! Confieso que lo
que a mí cada vez me deja más perplejo es el presente. Leo que en el buque
escuela de la Armada Juan Sebastián el Cano han encontrado ciento veintisiete
kilos de cocaína. Así, el que fuera el destino dorado de la realeza para hacer
la mili se ha convertido en un instrumento más del narcotráfico. ¿Será éste
otro símbolo de la historia de España? Entre Víznar y Alfacar, todavía espera
Federico. Y, visto lo visto, yo creo que se ríe por no llorar.
IDEAL
(La Cerradura), 10/08/2014
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