Escucho
a los albañiles que trabajan en el edificio de al lado, y presto atención a su
conversación aleccionadora: “Si es que estoy gilipollas. Y cuando uno está
gilipollas, no hay nada que hacer, pues está gilipollas”. Desde luego es un
argumento de una lógica aplastante, que no puedo evitar trasladar a la
política. Pues parece ser el sentir general del país, al que algunos quieren
ver como una república bananera –ojalá exportásemos al menos banano y nos
dejase Putin-, cuyos mayores exponentes son la pobreza, el expolio legalmente
consentido y la corrupción. Hasta Ángela Merkel nos quiere robar a Santiago
apóstol. Aunque lo mismo se lo ha prometido Mariano Rajoy, al que pronto
veremos protagonizando anuncios de calzoncillos para promocionar la marca
España. “A este país vamos a quitarle toda la grasa”. Es a lo que se dedican
los albañiles, que con cuarenta grados a la sombra se quitan la camiseta, pues
no paran de sudar. Igualicos que tantos parlamentarios que, a pesar de
encontrarse de vacaciones, siguen cobrando sus dietas por desplazamiento desde
el apartamento al chiringuito y media vuelta. A finales del siglo XIX, los viajeros
se admiraban todavía de los pícaros españoles, mucho más refinados que en el
Siglo de Oro, aunque no podían sospechar que en el siglo XXI fuese la política
su mayor afán. Claro, nuestras referencias han sido Lazarillo de Tormes, Guzmán
de Alfarache y el Buscón, pero qué bajo hemos caído. A veces, los parlamentos
españoles se parecen, sí, a la tierra de Jauja, donde se come, se bebe y no se
trabaja, cuando no a la escuela de ladrones adonde acudían Rinconete y
Cortadillo en Sevilla para aprender a trajinar con los eres, de los que también
se discutía en la época. “¿Y sabe vuestra merced algún oficio?” “No sé otro
sino que corro como una liebre, y salto como un gamo, y corto de tijera muy
delicadamente”. Lo que vería Cervantes en sus andanzas por Andalucía cobrando
los tributos del Rey. Quizá por eso escribiera también: “Venturoso aquel a
quien el cielo dio un pedazo de pan, sin que le quede obligación de
agradecérselo a otro que al mismo cielo”. Es lo mismo que le dice ahora un
albañil al otro: “¿Es que no tienes nada que hacer? Ponte a trabajar y deja de
quejarte. Que para eso te pagan, hombre”. Ya nos gustaría que cundiese el
ejemplo, aunque sea con la misma malafollá granadina que, por lo visto, abunda
no solamente en la hostelería. Ni que mañana fuera uno de septiembre.
IDEAL
(La Cerradura), 31/08/2014
No hay comentarios:
Publicar un comentario