domingo, 17 de agosto de 2014

Siesta



Y aquí está el hombre corriendo, sin saber por qué, cuando hace un momento se había tumbado en la cama. Se lo habrá dicho un amigo, o su mujer, obsesionada con su peso, o quizá lo ha visto en la televisión, quién sabe, el presidente siempre sale haciendo footing por la sierra, y el de la oposición, y hasta el de la coleta, todos corren en pos de algo. “Pues habrá que descubrirlo”, se dice. Para la ocasión se ha vestido con zapatillas deportivas, calcetines y calzoncillos comprados en Carrefour, una camiseta de tirantes, como ese conejo blanco al que todo el mundo persigue. “Total, y a mí que me importa”, se dice; “si esto lo hacen Mariano Rajoy, Pedro Sánchez y hasta Cayo Lara”. Y el hombre empieza a correr en calzoncillos, como el que afronta una faena para recuperar la confianza perdida. Los primeros pasos son tranquilos, hasta que coge la primera cuesta. Porque por ahí viene un hombre fumando un puro y apartando moscas, gritando: “¿Pero adónde va usted con camiseta y calzoncillos? ¿No ha escuchado hablar de los recortes?” Apenas logra apartarse, antes de que dos guardaespaldas intenten quitarle la camiseta y los calzoncillos, pero consigue defenderse y reemprender la marcha. “Usted ha dado un paso, dos pasos, tres pasos”, le dice un señor joven adelantándole. “Los socialistas  sabemos contar hasta cien”. Y el hombre ve cómo los adelanta también una mujer vestida de jueza, esturreando por el suelo autos y citaciones. “¿Pues no estaré sufriendo una alucinación fruto de la crispación política?”, piensa el hombre acordándose de su propia mujer, que le esperará seguro con la báscula. “Ni crispación ni política”, le dice un tercer corredor, “estos son los de la casta”. Y ve a un tipo delgaducho y con coleta, vestido exactamente igual que él. “Ahí va el conejo blanco”, piensa. Y ve cómo en un segundo alcanza a los otros hombres que, sin dejar de subir la cuesta, discuten: “¡Banquero!” “¡Proletario!” “¡Socialista!” Y en esto que corren aún más rápido, perseguidos por la gente que empieza a salir de entre los olivos, del campo, las fábricas y los bares, que extrañamente recorre nuestro hombre en su último día de vacaciones en el pueblo de su mujer. Y la mujer, preocupada, entra precisamente en este momento en el cuarto, para despertarlo después de una siesta de cuatro horas. Cariñosa, acaricia la cara del marido, que grita: “¿Se ha ido ya tu madre?” La mujer le da una sonora bofetada, y el hombre, por fin, despierta.
IDEAL (La Cerradura) 17/08/2014

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