No
creo que a Miguel de Cervantes le hubiese gustado que desenterrasen sus huesos
después de muerto, como tampoco creo que le gustase a Federico García Lorca.
Cuando estaban vivos, quiero decir, aunque algunos hablan de ellos como si
ahora mismo estuvieran acompañándonos, caminando a nuestro lado, como
fantasmas. Al parecer, si uno tiene la mala suerte de que su trabajo tenga
cierta relevancia, se convierte en un personaje público, al que ipso facto le
arrebatan la identidad para el entretenimiento de los que aspiran a ser más
célebres o famosos, más bien famosetes, como se estila ahora. Pero si además te
conviertes en una figura mundial, si adquieres la condición de mito o de genio
te lo arrebatarán todo, la vida pública y la vida privada, tu futuro, tu
existencia como fuese y tu pasado, que los listos de turno interpretarán como
les dé la gana. Incluso se apropiarán de tus huesos, construirán un mausoleo y
te convertirán en un reclamo turístico, o en el destino romántico de los que se
han fabricado su propio personaje –otro más- con la figura del autor.
Personalmente, cuando quiero hablar con fantasmas, los propios y los de los
demás, acudo a los libros, donde uno encuentra personas muy vivas, que me
ofrecen lo mejor de sí mismas, aunque como todo el mundo tuvieran sus miserias,
de las que no me quiero enterar, o quizá fuesen unos indeseables, no me importa.
Sin embargo, por hablar del ejemplo más cercano, cada cierto tiempo aparece un
libro sobre el paradero de los restos de García Lorca, que le proporciona a su
autor una fama efímera, que es de lo que se trata, aunque existan
investigadores serios como Agustín Penón, Eduardo Castro o Ian Gibson, que ha
consagrado parte de su vida a esa búsqueda con pleno convencimiento. Pero qué
desgracia asistir al espectáculo de la buena muerte –siempre tan mala-, como también
lo es que las Administraciones confundan lo público con lo privado y despojen
de sus derechos a quien ya nunca podrá ejercerlos. Descansen en paz Cervantes y
Federico, que continúan viviendo en sus libros y en sus lectores. Y ojalá descansen
los que desentierran el pasado una y otra vez no para explicarlo ni para
explicarse a sí mismos, sino para organizar esta feria de las vanidades. Qué
gran cosa sería que todos viviéramos en el presente. Incluso en Andalucía.
Quizá hoy, a partir de las doce de la noche –hora de fantasmas- empecemos a
hacerlo. Para que todo y nada siga igual.
IDEAL
(La Cerradura), 22/03/2015
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