domingo, 22 de marzo de 2015

Fantasmas

No creo que a Miguel de Cervantes le hubiese gustado que desenterrasen sus huesos después de muerto, como tampoco creo que le gustase a Federico García Lorca. Cuando estaban vivos, quiero decir, aunque algunos hablan de ellos como si ahora mismo estuvieran acompañándonos, caminando a nuestro lado, como fantasmas. Al parecer, si uno tiene la mala suerte de que su trabajo tenga cierta relevancia, se convierte en un personaje público, al que ipso facto le arrebatan la identidad para el entretenimiento de los que aspiran a ser más célebres o famosos, más bien famosetes, como se estila ahora. Pero si además te conviertes en una figura mundial, si adquieres la condición de mito o de genio te lo arrebatarán todo, la vida pública y la vida privada, tu futuro, tu existencia como fuese y tu pasado, que los listos de turno interpretarán como les dé la gana. Incluso se apropiarán de tus huesos, construirán un mausoleo y te convertirán en un reclamo turístico, o en el destino romántico de los que se han fabricado su propio personaje –otro más- con la figura del autor. Personalmente, cuando quiero hablar con fantasmas, los propios y los de los demás, acudo a los libros, donde uno encuentra personas muy vivas, que me ofrecen lo mejor de sí mismas, aunque como todo el mundo tuvieran sus miserias, de las que no me quiero enterar, o quizá fuesen unos indeseables, no me importa. Sin embargo, por hablar del ejemplo más cercano, cada cierto tiempo aparece un libro sobre el paradero de los restos de García Lorca, que le proporciona a su autor una fama efímera, que es de lo que se trata, aunque existan investigadores serios como Agustín Penón, Eduardo Castro o Ian Gibson, que ha consagrado parte de su vida a esa búsqueda con pleno convencimiento. Pero qué desgracia asistir al espectáculo de la buena muerte –siempre tan mala-, como también lo es que las Administraciones confundan lo público con lo privado y despojen de sus derechos a quien ya nunca podrá ejercerlos. Descansen en paz Cervantes y Federico, que continúan viviendo en sus libros y en sus lectores. Y ojalá descansen los que desentierran el pasado una y otra vez no para explicarlo ni para explicarse a sí mismos, sino para organizar esta feria de las vanidades. Qué gran cosa sería que todos viviéramos en el presente. Incluso en Andalucía. Quizá hoy, a partir de las doce de la noche –hora de fantasmas- empecemos a hacerlo. Para que todo y nada siga igual.

IDEAL (La Cerradura), 22/03/2015

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