Mientras
se reanuda la búsqueda de los restos de Federico García Lorca, la compañía Teatro para un instante lleva el teatro
por los pueblos de la provincia de Granada,
como hacía Federico con la Barraca. Y me parece mucho más interesante la
iniciativa de la Diputación que la búsqueda de los restos del poeta, que
efectivamente sigue viviendo gracias a los que leen, ven o representan sus
obras. Cada cierto tiempo, aparece un nuevo libro sobre los últimos días de
Federico y la posible ubicación de su tumba, pero fueron días luminosos los que
le llevaron con su compañía por todos los pueblos de España. Si entonces la
Barraca representaba El retablo de las maravillas,
de Cervantes, o La vida es sueño y El gran teatro del mundo, de Calderón de
la Barca, durante el mes de marzo la compañía Teatro para un instante llevará pasacalles, lecturas poéticas,
talleres de marionetas y representaciones de las obras de García Lorca a
Quéntar, Otívar, Algarinejo, Fornes y Marchal.
Federico vive es
también el particular homenaje al poeta de Fuente Vaqueros realizado por Miguel
Serrano, pues la obra está compuesta con textos, personajes y canciones que nos
hablan de Lorca. Piano, viola, violín, clarinete, violonchelo y percusión
acompañan a los actores, que interpretan a los personajes de la Tragicomedia de Don Cristóbal y la señá
Rosita, Mariana Pineda, Bodas de sangre o La casa de Bernarda Alba, ese drama de mujeres en los pueblos de
España, como lo definió el propio Federico García Lorca. Porque Bernarda Alba, como dice Poncia en la obra, es “tirana de
todos los que la rodean. Capaz de sentarse encima de tu corazón y ver cómo te
mueres durante un año sin que se le cierre esa sonrisa fría que lleva en su
maldita cara”. Sin duda es también un retrato terrible de España. Aunque, como
pedía Bernarda, habría que exigir menos gritos y más obras.
Las
teorías sobre el paradero de los restos de Federico García Lorca son variadas,
pero suelen admitirse cuatro: uno, que sus restos están enterrados, junto con
los de otros cientos de fusilados, en el barranco de Víznar, en la carretera
entre Alfacar y Víznar, ya llegando hasta este último pueblo; dos, que los
restos se encuentran en un paraje cercano a Fuente Grande, donde está el parque
que lleva su nombre, en el barranquillo tras el olivo y el monolito que marcan
el lugar donde lo asesinaron junto al maestro Dióscoro Galindo González y los
banderilleros Francisco Galadí Melgar y Joaquín Arcollas Cabezas; tres, que los
militares, por miedo a la repercusión de su muerte, desenterraron sus restos y
los echaron en una fosa común en el Caracolar, cien metros más allá en
dirección a Víznar; cuatro, que el padre de Federico logró hacerse con el
cadáver poco después del fusilamiento, previo pago de cien mil pesetas, y que
lo enterró en la Huerta de San Vicente. Y hay una quinta: que al realizar las
obras del parque los obreros removieron y tiraron los restos, lo que podría
explicar el chasco que se van llevando todos los que realizan las excavaciones.
A
veces los escritores nos parecen visionarios, capaces de explicar el mundo en
que viven, pero también de anticipar el futuro, incluso su propia muerte. Lo
piensa uno leyendo estos versos de García Lorca: “Yo vi dos dolorosas espigas
de cera/ que enterraban un paisaje de volcanes/ y vi dos niños locos/ que
empujaban llorando las pupilas de un asesino”. Pero Federico vive en las vidas
de sus lectores.
El
Mundo Andalucía (Viajero del tiempo), 6/03/2015
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