En
campaña, algunos políticos nos muestran su cara más comercial. Porque los
políticos profesionales son comerciantes, aunque no tengo muy claro con qué
comercian, pues no suelen ofrecer ideas, al menos ideas originales, ni siquiera
Pablo Iglesias, que bebió del otro lado del Atlántico y parece haberse embotado
ya. El problema de los profesionales de la política es el de cualquier otro
trabajador: deben pagar unas facturas y mantener a una familia, por lo que su
máxima prioridad es mantenerse ellos mismos en el cargo el mayor tiempo
posible. La mayoría no tienen otras experiencias profesionales o empresariales,
por lo que es difícil que sean valientes ni que puedan tomar decisiones
importantes. ¿Y si no les gustan a los superiores? ¿Y si no les gustan a los
votantes? Por lo que son incapaces de desarrollar ningún proyecto político,
pues están demasiado ocupados desarrollando una carrera que se parece al cuento
de los jinetes de Kafka: moverse a la izquierda o a la derecha puede significar
caerse del caballo, perder el cargo, caer en la miseria; así que mejor no
moverse ni tomar ninguna decisión. Las Administraciones públicas y las listas electorales
están llenas de gente así, y por eso resulta más patético escuchar las promesas
de los candidatos y candidatas. De pronto la educación es importante, y la
salud, y la igualdad, y el pleno empleo, aunque gobiernes con el deseo de ser
piel roja –otro cuento de Kafka-, es decir, sentado con los brazos cruzados y
fumándote una pipa o un puro, como Rajoy. Pero, para sobrevivir, lo primero que
deberían hacer los grandes partidos es descabezar a sus cúpulas en todos los niveles
territoriales, que por acción u omisión son culpables de incompetencia ante el
electorado. Ésa es la verdadera regeneración, y la gran ventaja con la que
cuentan las nuevas formaciones políticas, que van a ocupar su espacio. La gente
está dispuesta a asumir el riesgo, porque es difícil gobernar peor de lo que se
ha gobernado en España en los últimos años: derivando la responsabilidad hasta
el superior jerárquico, que en última instancia se encuentra en Bruselas. Andalucía
es ahora el laboratorio político de España, y el auge de Podemos y Ciudadanos
señalan una Comunidad más difícil aún de gobernar, cuyos pactos entre los
partidos determinarán también el futuro del Estado. Bueno, esto ya es un
avance. Hemos pasado de tener un panorama desolador a otro al menos
interesante. Y es que en España, la política se ha convertido en una novela
policíaca.
IDEAL
(La Cerradura), 8/03/2015
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