Leo
“Gran Granada” (Anagrama), la última novela de Justo Navarro, ambientada en 1963,
el año de la inundación, pero me doy cuenta de que habla de la Granada de hoy,
una ciudad que, como entonces, parece “la más detenida a todo avance”. Los personajes
son actuales: el presidente de la Diputación, el arzobispo, el comisario Polo,
la bibliotecaria Clara, el oculista Federico Saura… Uno acaba de encontrárselos
por la calle. Incluso el alcalde dice en la novela una frase que podría decir
nuestro alcalde hoy: “Las medidas adoptadas por el Gobierno bajo inspiración
del Caudillo resolverán todos los problemas”. Pero Justo Navarro ha escrito una
novela de crímenes, una novela negra, aunque lo más negro está en una sociedad
y una burguesía que explica ésta: “Se consideraba íntegro, todo lo sincero que
se puede ser en una ciudad difícil donde nadie quiere ser quien es, entre
simuladores, disimuladores, fanfarrones y falsos humildes por instinto de
supervivencia, que simultaneaban los aires imperiales y la falta de espíritu,
dos tipos de personalidad que pueden convivir en un solo individuo”. Y uno
pasea hace cincuenta años por la calle Ganivet: “Los sucesivos edificios se
soldaban como los distintos segmentos articulados de un ciempiés nacido de la
demolición del ombligo sucio de la ciudad, la Manigua: las patas del miriópodo
habían aplastado y enterrado aquel nido de puterío y alcoholismo y droga de
legionarios”. Y por la Gran Vía de Colón, “una luminosa avenida parisina en la
Gran Granada”, construida por la misma familia que levantó el palacete del
Gobierno Civil, actual Subdelegación del Gobierno: “Magnates de la industria
remolachera endulzaron generosamente la pérdida de las Antillas y dieron
gracias al cielo fundando fábricas de azúcar con nombres de vírgenes y santos y
cosas sagradas. Las mejores familias honraban al mejor santoral”. Los
asesinatos parecen suicidios en esta “Gran Granada” donde nuestros gobernantes
inverosímiles son más reales gracias a la ficción de Justo Navarro, que ha
escrito una alegoría. Porque sus novelas nos acercan a la realidad a través del
asombro y el extrañamiento que revelan la observación concienzuda de las cosas.
“La verdad está en la superficie”, dice el comisario Polo. Y, viajando en el
tiempo a la Granada de 1963, tan atractiva y misteriosa, comprendemos la
Granada actual, microhábitat de una sociedad obsesionada con la posibilidad de
espiar y ser espiados. Y hay crímenes, sí, que explican cómo Granada ha llegado
a ser como es. Pero uno prefiere que se lo cuente Justo Navarro. Nadie en
España escribe como él.
No hay comentarios:
Publicar un comentario