Los
ciudadanos se retratan en las elecciones, pero los candidatos lo hacen después,
cuando, una vez contabilizados los votos, pretenden acceder o mantener el
poder. Al parecer, da igual si antes has insultado al contrario, si lo has
acusado de chaquetero o arribista, de haber estado en la nómina de otro partido
durante veinte años. Los políticos son buenos fajadores, aunque unos aguanten
los golpes mejor que otros, y lo más difícil es mantener la dignidad en la
derrota, que es cuando verdaderamente se revelan nuestras virtudes y nuestros
defectos. El alcalde de Granada ha tenido que pedir perdón para poder sentarse
a negociar, lo que resulta algo incomprensible, no el hecho de pedir perdón,
sino tener que hacerlo para no moverse del sillón. Pero es que nuestros
políticos viven en la creencia de que en política vale todo, o casi todo, hasta
la afrenta y la injuria, que es precisamente donde se encuentra el límite de la
libertad de expresión, y por tanto de la dialéctica política. Y qué decir de
Esperanza Aguirre, que ha insultado al contrario antes, durante y después de
las elecciones a la alcaldía de Madrid, y la inteligencia de los madrileños,
que se admiran de que, con tal de convertirse en alcaldesa, esté dispuesta a
pactar con el amigo o con el enemigo, ese mismo al que pretendía aislar
veinticuatro horas antes. Y es que debe de ser terrible tener que aceptar a
regañadientes que el mundo no es como tú creías, y en el fondo también que,
aunque te pese, vives en una democracia, por lo que son los ciudadanos los que
te otorgan el poder. Pero si uno lleva doce años –o treinta y siete-
ejerciéndolo, termina por creerse que la democracia o la política o el
ayuntamiento o la ciudad es él. Qué cosa más terrorífica, casi tanto como un
combate de boxeo, donde, no obstante, existen reglas parecidas a las de la
política, según quién sea el que la entienda. Porque, en el boxeo, el combate
nace de un acuerdo, pero la derrota también, algo que lo diferencia de la
política. No es una cuestión de pesaje, ni de los golpes bajos que no se pueden
dar dentro del cuadrilátero. Es una cuestión de saber anticiparte al contrario
para sufrir el mínimo daño posible, de saber anticipar lo que sucederá, que es
algo mucho peor que la victoria o la derrota. Porque, aunque el boxeo sea una
ciencia del futuro, en la política los ojos morados se los ponen a los
ciudadanos.
IDEAL
(La Cerradura), 31/05/2015
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