Dice Elena Laura
(Granada, 1955) que adora las palabras, aunque contemplando sus cuadros podemos
decir que también adora los silencios, y el color, y la música, y todo aquello
que, del sentimiento a la experiencia, puede detenerse y expresarse en una
imagen o contarse en una historia. De hecho, música, color y palabra
constituyen los tres ejes en los que ha descansado su pintura hasta el momento,
revelándonos un mundo tenso y sensible. Lo pienso viendo la exposición
“VerVersos”, que acaba de inaugurar en un lugar tan apropiado como la Biblioteca
de Andalucía de Granada, donde estará todo el mes de octubre.
Porque pintar –y escribir, lo que Elena hace con el mismo buen pulso- es
saber mirar, y Elena pinta y reescribe acompañada de los poetas a los que lee.
Y es que esta exposición puede leerse, y el espectador dejarse llevar por los
textos, para pensar quizá, como Octavio Paz, que los pintores parten de la
presencia y quieren llegar al signo, a codificar algo; y que los escritores
parten del signo, de la codificación, para llegar a la presencia.
Así, pinceles y palabras dan vida en los cuadros de Elena Laura a poemas
de Federico García Lorca, Javier Egea, Elena Martín Vivaldi, Luis García
Montero, Antonio Carvajal, José Carlos Rosales, Andrés Neuman, Rafael Juárez, Álvaro
Salvador, Pilar Mañas, Ángeles Mora, Alejandro Pedregosa, Gracia Morales, Luis
Melgarejo, Miguel Ángel Arcas, Daniel Rodríguez Moya, Antonio Praena, Javier
Benítez Láinez, Juan Carlos Friebe, Trinidad Gan, Javier Bozalongo y Rosario de
Gorostegui.
La pintura de Elena Laura es contemplativa y algo melancólica, como ese
hombre que, en versos de “Paseo de los
tristes”, de Javier Egea, camina por una ciudad-embudo en busca
de la liberación, de una nueva calle que le aparte de “esta costumbre vieja de
andar erguido y solo”. Pero es un estado de ánimo que nos ayuda a interpretar
la realidad, y por eso, el poema que ha elegido de Luis García Montero empieza
así: “Por septiembre se te llenan de sótanos los labios y es relativo el cielo
después de haberte visto preguntarle a la vida”. El septiembre de la pintura de
Elena Laura es un mes sabio, de trazo firme, donde los colores son menos
alegres, pero tienen la misma fuerza, la que hay en las llamas de “Amarillo”,
homenaje a Elena Martín Vivaldi, y donde no sabemos si son ramas o raíces las
que arden, hacia el cielo o la tierra.
Es la misma
ambigüedad de esas manos que descansan sobre una barandilla antes o después del
amor, pues a su lado hay un lecho vacío, y siendo la hora de la siesta, decir
con Antonio Carvajal que “sólo para tus labios mi sangre está madura, con
obsesión de estío preparada a tus besos”, nos suena tanto a invitación como a
despedida. Aquí, el trazo del pincel se mezcla
con el trazo de la pluma: “Es lo que necesito para hablar. No el hecho: la
inminencia. La palabra dibuja la meta sin el límite”, escribe Andrés Neuman.
Porque no hay
certezas en estos cuadros, hay cenizas y hojas que caen, zapatos rojos que
calzan locos y sabios en versos de Pilar Mañas, y que en su caída marcan sin
embargo la entrada geométrica de otra puerta. Al fin y al cabo, Elena Laura
sabe que “todo el futuro es una galerada” (José Carlos Rosales), y yo veo el
suyo cargado de experiencias y la sabiduría que espero nos vuelva a transmitir.
Y se lo pido con
sus propias palabras, del “Tamiz de las horas”, que acaso puedan resumir el
sentido de su vida y de su obra: “Pocas
cosas me apasionan más que viajar.
Pero cuando entro en el taller reconozco
el paraíso”.
El Mundo Andalucía (Viajero del
tiempo), 2/10/2015
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