No
sé cuántos de los periodistas, tertulianos, políticos y demás ciudadanos que se
han pronunciado sobre el encarcelamiento de los dos titiriteros granadinos se
han preocupado por investigar antes cuál es el régimen jurídico del derecho a
la información en España, pero deben de ser pocos, a tenor de sus ideas sobre
el tema, que responden en su mayoría a nociones intuidas sobre los derechos
constitucionales cuando no a sus propias ideas políticas. Aunque en este caso
se ha producido sin duda una aplicación excesivamente rigurosa de las normas penales,
pues no creo que los titiriteros merecieran la imposición de una medida
cautelar como la prisión incondicional, ni tampoco la retirada de los
pasaportes y la obligación de presentarse diariamente en el juzgado. Desde
luego, nadie les había explicado a Alfonso Lázaro de la Torre y a Raúl García
Pérez que el derecho a la libertad de expresión y a la creación artística no
ampara las expresiones injuriosas ni las que promuevan el odio, la hostilidad,
la discriminación o la violencia, ni siquiera en un contexto satírico, y que
incluso pueden considerarse como un delito contra las libertades públicas y de
enaltecimiento del terrorismo. Su mayor delito ha sido la ignorancia, como
también la ha demostrado la concejala de cultura del Ayuntamiento de Madrid, o
la de cualquiera que ejerce el derecho a la información y a la libertad de
expresión como si se tratase de un derecho individual y exclusivo, cuando la
realidad es que pertenece a la sociedad en su conjunto. En España no existe una
ley orgánica que desarrolle el régimen jurídico de este derecho fundamental,
por lo que es el Tribunal Constitucional quien lo explica como una delegación
tácita de la propia sociedad en medios, profesionales y ciudadanos. Pero cómo
simplificamos las cosas, desde que si se trata de un ataque a Podemos hasta que
en España no hay libertad de expresión, cuando lo cierto es que en este país la
gente dice diariamente todas las estupideces que le da la gana. El problema es
cuando la estupidez se transforma en insulto, regulado como delito de injuria,
o cuando pones en un cartel una proclama terrorista, regulado como delito de
enaltecimiento del terrorismo aquí, en Francia, en Estados Unidos o en Bolivia.
Otra cosa distinta es que tengamos a políticos corruptos y aforados en
ejercicio de sus funciones delictivas, que no políticas, y que nadie los meta
en la cárcel. Pues eso es lo que cabrea a la gente. Que la Justicia no sea
ciega, sino bizca.
IDEAL
(La Cerradura), 14/02/2016
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